El guionista y más ocasionalmente director Jean-Paul Rappeneau consigue a principios de los años noventa un gran éxito tanto de taquilla como crítico, Cyrano de Bergerac (1990), una briosa adaptación del clásico romántico de Edmond de Rostand. Quizá espoleado por tal triunfo, el cineasta galo afrontó pocos años después otro film de época, la adaptación de la novela El húsar en el tejado, publicada por Jean Giono en 1951.
Provenza, hacia 1832. Un coronel (título ganado con dinero por su madre…) del aún casi nonato ejército italiano tiene que huir, perseguido por agentes austriacos, potencia que por aquel entonces dominaba buena parte de la península itálica y a la que, lógicamente, no le interesaba el creciente sentimiento nacionalista que surge en la tierra italiana a partir del siglo XIX. En un contexto dominado por una epidemia de cólera, el militar itálico se encontrará con una dama francesa que busca a su marido; ambos compartirán un viaje lleno de peripecias…
Si Cyrano… dio en la tecla por su efervescencia romántica, no se puede decir que El húsar… consiguiera lo mismo. El primero de estos films se benefició de una notabilísima composición de Gérard Depardieu (que hace aquí un cameo sin acreditar), lo que no se puede decir de Olivier Martinez, actor de bastante menos talento y con cierta tendencia al hieratismo. Juliette Binoche, por su parte, da bien el personaje de mujer adelantada a su tiempo (porque no de otra forma se puede considerar que una mujer intente viajar sola –aunque el héroe no la deje, claro…-- en la década treinta del siglo XIX), escindida entre su amor por su marido y el que siente nacer, volcánico, por el joven húsar del ejército todavía en mantillas.
Hay bonitos paisajes de la Provenza, del Norte de Italia y de los Alpes, y adecuadas localizaciones y grandes escenas de masas. Pero el conjunto no termina de convencer, quizá demasiado enfrascado Rappenaeu en que su film resulte una gran película de época, intentando combinar drama, comedia, escenas bélicas, aventura y hasta cine “gore”, con cierto regodeo en el tratamiento de los muertos y agonizantes de cólera, con un tono feísta que, ciertamente, se podría haber ahorrado: el público que busca romanticismo no suele estar muy por la labor de encontrarse tropezones de menudillos humanos en el plato que debería contener sólo exquisitas delicatesen amorosas…
(09-09-2015)
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