CINE EN PLATAFORMAS
[Esta película forma parte de la Sección Oficial del ATLÀNTIDA MALLORCA FILM FEST’2024. Disponible en Filmin por tiempo limitado]
Mongolia es un país poco conocido en Occidente, más allá de, vagamente, saber que fue el país originario de Gengis Kan, del que algunos saben que hubo un tiempo en el que fue el monarca más poderoso sobre la Tierra. Con una extensión territorial en la que cabrían tres Españas, su población sin embargo es solo algo superior a la de Galicia. Como cabía imaginar, su producción audiovisual es escasa (la IMDb censa hasta 2024 un total de 344 títulos de todo tipo: películas de ficción y documentales, cortos y largos, series y miniseries), pero en los últimos años nos han llegado algunos, más bien pocos, títulos originarios de aquel lejano país, generalmente con el apoyo de otras cinematografías, singularmente occidentales, como es el caso (Alemania, Francia, Portugal, Países Bajos), pero también de otros estados que no pertenecen a ese ámbito cultural (aquí Catar). Esos films que nos han llegado han tenido como características fundamentales, además de sus títulos de corte poético (El huevo del dinosaurio, Queso de cabra y té con sal), jugar en sus temáticas con las dos pulsiones que, según parece, predominan actualmente en el país de Gengis Kan, la tradición y la modernidad.
No es ajeno a ello este El joven chamán, la nueva apuesta de la cinematografía mongola, que fue la candidata del país al Oscar a la Mejor Película Internacional, aunque no llegó a estar entre las finalistas. Su historia se ambienta en nuestro tiempo, en Ulan Bator, la capital del país, una ciudad que es también un compendio de la sociedad mongola, entre la tradición ancestral y la más rabiosa modernidad tecnológica. Conocemos a Ze, un chico de 17 años que cursa su último año en el instituto para graduarse en sus estudios de Secundaria, a la vez que ejerce, en el ámbito privado de su familia, amigos y conocidos, como chamán, tradición del país por la cual algunas personas con una sensibilidad especial (en Occidente las llamaríamos médiums), mediante ciertos ritos, invocan espíritus ancestrales para prestar ayuda espiritual a personas azotadas por problemas familiares o personales. En la primera escena vemos efectivamente uno de esos casos, con nuestro Ze bajo la peculiar indumentaria del chamán, dando consejos con una voz gutural que no es la suya a un hombre mayor que se lo ha pedido. Tras un rápido batir de tambor que realiza el mismo, el espíritu lo abandona y Ze recupera su personalidad; en la siguiente escena ya lo vemos vestido con su uniforme de instituto, uno más entre los atolondrados adolescentes que cursan estudios en un moderno centro de enseñanza de Ulan Bator. Su existencia entre ambas vidas tan distintas parece discurrir con normalidad, hasta que Ze conoce a Maralaa, una chica de su edad, y entonces empieza a sentir algo que no había experimentado antes… pero quizá ello puede que afecte a sus poderes chamánicos…
La directora, Lkhagvadulam Purev-Ochir (nunca alabaremos suficientemente al inventor o inventora del "copia-pega"…) (Ulan Bator, 1985), se graduó en Dirección Cinematográfica en la Universidad Dokuz Eylul, de Turquía, y completó sus estudios audiovisuales realizando un máster en la República Checa; actualmente, además de sus trabajos cinematográficos, imparte clases en su país, en la Escuela de Cine, Radio y Televisión de Mongolia. Su filmografía como directora es todavía escasa, compuesta por solo tres títulos, dos cortos, Shiluus (2020), también sobre el tema chamánico, aunque visto desde la perspectiva de la chica sometida al consejo de un chamán, y Snow in September (2022), con relaciones juveniles de amistad y la aparición del amor, o del sexo, en la figura de un tercer vértice, una mujer madura; este cortometraje ganó en Venecia el premio al mejor film en ese formato, tarjeta de visita que sin duda le ha servido para rodar este su primer largo, El joven chamán.
El cine de Purev-Ochir, al menos el que hasta ahora conforma su todavía menguada filmografía, parece interesado especialmente en dos temas, la tradición chamánica y las relaciones sentimentales. Aquí aparecen ambas, incluso de forma contrapuesta, porque la capacidad de Ze, el protagonista, para ser el receptáculo a través del cual se muestra el llamado Espíritu Antepasado (como un fantasma bonancible que compareciera para dar consuelo y consejos a los afligidos que así se lo solicitan), se verá inesperadamente cercenada por la nueva vida amorosa del protagonista, como si esa especie de facultad ultraterrena fuera incompatible con una existencia normal, con mujer, hijos, trabajo, también sus ratos de esparcimiento, alcohol incluido. Esa dicotomía, espíritu o carne, será en la que se debatirá el protagonista, aunque nos parece evidente que, aun echando de menos la opción del alma, Ze se hubiera decantado por la más prosaica, también más humana de las posibilidades, la de ser una persona corriente con una vida corriente (en el fondo, algo muy, muy especial, por lo que habría gente que mataría…).
Pero nos parece que la forma en la que Purev-Ochir, la directora, pone de relieve ese callado conflicto interior del prota no termina de dar en la diana, con un guion de la propia directora que con frecuencia divaga y envía al espectador mensajes contradictorios, en una historia que, siendo potente en su idea y concepto, en su plasmación no redondea lo que podría haber sido una buena o incluso una muy buena película, porque había mimbres para ello. Pero la historia no se termina de concretar, con nuestro joven chamán entre Pinto y Valdemoro (vale decir entre su vocación de chamán y su devoción por estar, también sexualmente, con la chica a la que ama), con algunos flecos sueltos inexplicados, como esa hermana de Ze, con un conflicto con sus padres sobre el que apenas se dice nada, ni explícita ni implícitamente.
No quiere decir esto que El joven chamán sea una película fallida, porque no lo es. Resulta con frecuencia atractiva, en especial en esa extraña contraposición entre tradición y modernidad que rezuma todo el film, como si la directora quisiera, con buen criterio, que los occidentales nos enteráramos de que su país es algo más que cabras y estepas, mucho más que rebaños y folclore milenario. Pero además hay momentos ciertamente notables, como casi todos en los que el joven chamán entra en trance, transmitiendo esas escenas, cuando el llamado Espíritu Antepasado se posesiona del cuerpo y la mente del médium, una sensación extraña, como de telurismo de hace miles o millones de años, como de principio de los tiempos. Esa misma sensación que se presenta en la escena en la que Ze se cruza con su abuelo-vecino (extraña forma de llamar a los vecinos, que son más que eso, son familia…), mientras éste va desgranando una serie de consejos como jaculatorias. El joven comprenderá entonces que se ha cruzado con el fantasma de su viejo y querido vecino, y correrá para encontrarlo, efectivamente, ya difunto; Ze será entonces el encargado de transmitir esos consejos del paternal espectro a su hijo devastado por la pérdida del amado progenitor, quizá en un trasunto de su capacidad chamánica, aquí presentada de forma más humana, también más emocional, el llamado nieto-vecino consolando al hermano-vecino.
Juega la película, con buen criterio, la baza realista/costumbrista, con un toque a veces como documentalista, quizá a sabiendas de que el conocimiento de las peculiares costumbres ancestrales de la comunidad mongola es un tanto a favor del film, especialmente de cara al espectador occidental, y además conviene bien al tono de la película.
Gusta también la directora de mostrarnos frecuentes imágenes de paisajes mongoles, en especial en despaciosas panorámicas nocturnas, y en particular también sobre núcleos urbanos, contraponiendo las zonas más cosmopolitas, con altos edificios que recuerdan cualquier urbe europea o norteamericana, con otras zonas más rurales, donde quizá se mantenga todavía el espíritu del mongol tradicional.
Con una buena factura, una vistosa y límpida fotografía del portugués Vasco Viana, y una correcta e invisible puesta en escena, la película se desarrolla a través de una narrativa clásica, sin estridencias ni moderneces, buscando generalmente con fortuna presentar esa sutil mezcla de modernidad y tradición que caracteriza la Mongolia actual, a través de la figura de este chico, este joven chamán escindido entre su parte más espiritual y su parte más humana.
Con un ritmo lento, cadencioso pero que no aburre, El joven chamán resulta ser, a nuestro parecer, una película interesante aunque irregular y a ratos un tanto desconcertante, pero ciertamente muy agradable en su historia que, a los ojos occidentales, es verdad, suena tan naif, tan ingenua, pero finalmente tan grata en su exposición de una realidad en la que los elementos preternaturales tienen, también, su lugar, su sitio, en una historia en la que convive la realidad con lo mágico, con lo telúrico.
Buen trabajo del protagonista, el joven Tergel Bold-Erdene, en su primera aparición delante de una cámara; su falta de técnica interpretativa juega a su favor, suponiendo su hieratismo la mejor forma de representar la solemne inmanencia de su cualidad chamánica, siendo recompensada su actuación con un premio en la Mostra de Venecia; también muy bien la coprotagonista, Nomin-Erdene Ariunbyamba, con más experiencia ante las cámaras y en un personaje que requería un más amplio abanico interpretativo, que ella representa con seguridad y soltura.
(10-08-2024)
104'