Durante los años heroicos de Hollywood, cuando Rodolfo Valentino era la estrella más grande de la pantalla, Rudy Hickman, un joven soñador cuyo oficio es el de panadero, se encamina hacia la Meca del Cine para intervenir en un concurso organizado por la Rainbow Studios para encontrar al “mejor amante del mundo”...
Gene Wilder saltó a la fama de la mano de Mel Brooks, primero de forma moderada, a escala local en los USA, en la alocada comedia Los productores (1967), y después ya a todo trapo en la sátira del wéstern Sillas de montar calientes (1974) y, sobre todo, en la divertida parodia del cine de terror El jovencito Frankenstein (1975), todo un acontecimiento popular y una obra en estado de gracia que catapultó a la celebridad al propio Brooks, Wilder y otros actores que en ella intervinieron, como Marty Feldman, que sin embargo murió pocos años después sin poder gozar plenamente de esa fama.
A partir de ahí Wilder voló solo, tanto como actor como director, faceta en la que hizo varios films, iniciándose con El hermano más listo de Sherlock Holmes (1975), que tuvo cierto éxito, para después hacer esta El mejor amante del mundo, que ya no tendría tanto. Su cine como director, como el de Brooks, estuvo casi siempre basado en parodiar géneros, personajes o temas muy conocidos, vistos desde un punto de vista cómico no siempre afortunado. Es el caso: el argumento de esta El mejor amante del mundo es simple y sirve fundamentalmente para hilvanar una serie de gags en los que Gene Wilder pueda lucir su peculiar vena humorística. Así las cosas, el resultado no fue ciertamente tan divertido como en su debut en la realización, la mentada El hermano más listo...
Evidentemente, Wilder pretendió aquí hacer una parodia de los tiempos más difíciles del cine, la época del cine mudo, cuando el lenguaje, las claves, las señas de identidad del que sería llamado Séptimo Arte estaban todavía forjándose película a película, autor a autor (que no sabían que lo eran...). Era el tiempo de rutilantes estrellas como Rodolfo Valentino, aunque es cierto que aquí no se pretende hacer una recreación histórica. De hecho, la ambientación es claramente deficiente y la producción de la película evidencia que no se ha contado con muchos medios, fiándolo todo al guion y, sobre todo, a los gags hilvanados en torno a la figura de su entonces ya famoso protagonista.
Pero Wilder no era un director experimentado y ello se aprecia en el film: el ritmo es irregular, débil, con algunas escenas francamente buenas, como las de la piscina de la suite del hotel, y otras, las más, sosas y sin gracia. La fotografía y la música están a tono con el conjunto del film, y la interpretación funciona relativamente bien, especialmente en lo que concierne al propio Gene Wilder, que es centro y eje de todo el film; no en vano se encarga de dirección, guión, interpretación y producción, e incluso escribió la letra de la canción de la película, Ain't It kinda wonderful. Todo un ejemplo de “Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como”...
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