El alemán Roland Emmerich parece empeñado en conseguir la nacionalidad norteamericana a base de panfletos proyanquis. Con Independence Day ya se pasó cantidad; afortunadamente, su Godzillaresbaló en la cáscara de plátano del más espantoso ridículo, y ahora pretende ser más americano que los propios WASP con este El patriota, un descarado encadenado de tópicos americanistas, plagado de retórica patriotera de pacotilla, con héroe pacifista que a su pesar se ve envuelto en una guerra que no desea y que, por supuesto, tratándose de Mel Gibson, gana.
Bebiendo en los héroes del americanismo más rancio (Rambo, Reagan, El Álamo, el capitán Marvel, el senador McCarthy...), el libelo de Emmerich resulta hasta aburrido, que es lo último que se le puede pedir a un producto como éste que tiene, obviamente, grandes dosis de acción (bastante inverosímil, por cierto); pero el cineasta alemán tiene tanto olfato comercial como poco talento, y los muchos millones que ha costado la película no mejoran un ritmo cansino, unas escenas de batallas que están rodadas con la torpeza de un videoaficionado y una sensación de bostezo, a lo largo de sus casi tres horas de duración, que hacen suponer que el éxito de taquilla en USA se debe más a un voluntarioso esfuerzo patriotero del público que a un verdadero interés.
Gibson hace lo de siempre, ahora con coleta; por cierto, cada día llora menos convincentemente. El único descubrimiento es Jason Isaacs, que compone el mejor personaje del filme, un villano absoluto, en la mejor tradición de los Grandes Malos del cine americano, un bastardo de modales refinados, un sádico de tal calibre que a su lado el marqués de Sade parece una niñita.
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