El tema del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda ha sido tratado varias veces en el cine, pero hacía tiempo que no se realizaba ninguna nueva versión sobre la relación entre el caballero Lanzarote, el Rey Arturo y Lady Ginebra, quienes, aunque luchen juntos contra los invasores que tratan de apoderarse del reino de Camelot, existe entre los dos hombres una cierta rivalidad, respetada por el primero con relación al segundo, por el amor de la reina.
En otras versiones anteriores se le ha dado más cancha a los juicios de Dios en singulares torneos, más de cómic si se quiere, con limpios y pulcros decorados que, a veces, como en el caso de Camelot, parecen salidos de un romántico tebeo de hadas; sin embargo, en otros aspectos se le ha quitado sofisticación a los personajes haciéndolos más sencillos y humanos.
La batalla sentimental interna que libran los protagonistas le da un cierto equilibrio con respecto a las escenas de aventuras, aunque éstas resulten a veces increíbles, como ocurre con las dos ocasiones en las que Lanzarote rescata a Ginebra, una por mal planificada y otra por imposible.
Aquellos espectadores que admitan este tratamiento del tema pasarán dos horas largas entretenidas, con bellos paisajes, apropiado vestuario, luminosa fotografía y espectacular música. Los que exijan algo más que espectáculo no encontrarán lo que buscan en este guión bastante simple y vacío de contenido.
En el capítulo interpretativo se cuenta con el mejor Sean Connery, que hace un Rey Arturo majestuoso, creíble y magnífico. Sólo por su trabajo merece la pena ver la película. Igual ocurre con la serenidad que da Julia Ormond a su incorporación de Lady Ginebra, haciendo que aceptemos el personaje. El agigantamiento de estas dos figuras hace empequeñecer a Richard Gere, menos dotado de recursos para defender su papel. La dirección de Jerry Zucker es de oficio, limitándose a tratar de conseguir un aceptable espectáculo.
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