En 1989, Fernando Trueba, que hasta entonces se había desempeñado como director exclusivamente en el terreno de la comedia (con el inclasificable “ex curso” de Mientras el cuerpo aguante), dio un giro de 180 grados en su carrera, y se embarcó en la fascinante aventura de filmar la novela de Christopher Frank El mono loco, que obsesionaba al cineasta madrileño desde muchos años atrás.
Así nace este El sueño del mono loco, la historia de un guionista de cierto prestigio al que se le encarga preparar el guión de una película con un joven director. Cuando el guionista conoce a la hermana de éste, descubre que poco a poco está obsesionándose con la sugestiva adolescente, una niña-mujer de ambiguos comportamientos, un ser encanallado con un toque cínico y una mirada de infinita tristeza, llena de desidia, que mantiene una relación extraña, nada clara, con su hermano, quien a su vez la utiliza como cebo para conseguir sus propósitos. El guionista, de hecho el mono loco del título, se verá envuelto entonces en un torbellino de pesadilla, una turbia, morbosa sucesión de situaciones equívocas de final trágico.
El sueño del mono loco se beneficia de una espléndida concepción formal: los premios Goya que consiguió para el diseño de producción y la fotografía son plenamente merecidos, y el guión deja entrever las suficientes zonas oscuras como para imaginar qué hubieran hecho David Lynch o Agustí Villaronga con un tal material. Pero Trueba no es un cineasta especialmente dotado para la turbulenta pesadilla que se adivina en la obra de Frank. No obstante, su trabajo es muy meritorio, y toda la parte final, con la incursión en los depósitos del departamento anatómico, es un auténtico descenso a los infiernos, una de las escenas más estremecedoras del cine español de intriga y terror.
Lástima que se tarde tanto en entrar en materia, que la historia resulte bastante confusa, cuando no críptica, que Jeff Goldblum ande un tanto zombi. Con todo, hay un tal salto en el vacío de Trueba con este su sexto largometraje, hay un tan grandísimo riesgo en gastarse quinientos millones de pesetas de la época (al cambio actual, tres millones de euros, pero con la inflación, casi el doble), que el autor de Ópera prima merece, aunque no sea nada más que por eso, y al margen de los valores de su filme, todos los parabienes del mundo.
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