Hay un relato escrito por Jack London que se titula La sombra y el destello; en ella, dos científicos, hermanados desde la infancia, conciben al crecer un odio atroz cuando ambos se adentran en la investigación para conseguir descifrar el misterio de la invisibilidad. Algo así subyace en la trama de esta curiosísima El truco final (El prestigio), el nuevo filme de Christopher Nolan (ya saben, el autor de Memento, que vuelve a confirmar su talento para hacer cine. No es un filme experimental, como su iniciática, y tan esplendorosa, “opera prima” citada, pero no carece ni mucho menos de interés.
Recuperado de su relativo bajón de Batman begins, y regresado al universo del cine comercial pero que le permite más libertades que la mera ilustración de la franquicia de turno, Nolan nos presenta la historia de una rivalidad, en el convulso momento del cambio de siglo, entre el XIX y el XX, cuando las nuevas tecnologías de la electricidad, el cine, el automóvil, el teléfono y el avión van a revolucionar la vida de la sociedad. En ese contexto, en un Londres victoriano, dos incipientes magos inicialmente hermanados bajo un mismo número de un mago mayor pero vetusto, iniciarán una pugna que irá ganando enteros en su crueldad, en su particular jodienda recíproca: se irán sucediendo los boicots del uno al otro, y viceversa, implicándose además en sus propias vidas personales.
Nolan plantea su filme como una escalera de caracol (es curioso: el cartel español recuerda precisamente una estructura en espiral…), de tal forma que los sabotajes van ganando en intensidad y en ingeniosidad, a vueltas en ambos casos con el truco definitivo, el de la teletransportación (sí, ya lo sé, suena a Star Trek…) del ser humano, que ambos consiguen con métodos quizá no tan distintos (¿o sí…?). Una vuelta de tuerca tras otra, henchidas de talento, se suceden, culminando con un último truco final que, a lo mejor, no es tan final…
Con un ritmo espléndido, elegante y tan ameno, con una ambientación que recrea con acierto aquel momento único de la historia del ser humano, en el que empezaba a dejar de ser el “homo medievalis” para comenzar a ser el “homo tecnologicus”, la película habla de la obsesión, evidentemente, pero también (estamos hablando de Christopher Nolan, el cineasta de la memoria) del recuerdo, y de cómo éste espolea al hombre a tareas de creación, pero también de destrucción.
Podríamos hacer una comparación con la coetánea El ilusionista, aunque el filme de Nolan, evidentemente, gana de calle; mientras el de Neil Burger es una película tramposa que utiliza los trucos del cine en su propio beneficio, y es además superficial, banal y olvidable, The prestige opta por la parafernalia justa, que no engaña sino que hace cómplice al público con sus abracadabras, y además monta una tortuosa, obsesiva historia sobre la rivalidad, tanto profesional como personal, familiar, sexual.
Mención aparte para los excelentes actores, desde los dos rivales, un apolíneo Hugh Jackman desprendido de los patillones del Lobezno de la saga X-Men, y un Christian Bale, menos agraciado físicamente pero muy dotado actoralmente, que compone un personaje memorablemente demediado; Michael Caine pone su maestría al servicio de su inolvidable ingeniero mentor de magos; Scarlett Johansson es la hembra fementida que hará que las rivalidades entre los brujos alcancen cotas insuperables; un sobrio, mayestático David Bowie, por último, compone el papel de Nikola Tesla, el visionario científico de aquella nueva era de luz que se abría con el cambio de siglo. Gran película este El truco final (El prestigio), que algunos han despachado (miopes…) como un Nolan menor; pues si estos son los menores, ¿cómo serán los mayores?
(14-01-2007)
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