Juego, deporte, ciencia, diversión, arte… el ajedrez es una antiquísima actividad mental que varios pueblos históricos se disputan como creadores, siendo posiblemente la India quien puso los cimientos de lo que ahora es un increíble mundo de intereses, fama, dinero, incluso influencias políticas, y que se rige por normas inflexibles y complejas.
Aunque con dominio a lo largo de casi todo el siglo XX de campeones de origen eslavo, posiblemente el líder ajedrecístico más famoso, controvertido y original de nuestros días haya sido Bobby Fischer, que además es norteamericano… y sobre su estela, su memoria viva y su carisma hay toda una mitología particularmente viva en los Estados Unidos, en donde cada equis años surge algún chico en quien se quiere ver enseguida al “nuevo Bobby Fischer”.
Uno de estos chicos es Josh Waitzkin, sobre cuya historia real se centra esta preciosa película que, bajo producción de Sydney Pollack, ha dirigido el debutante Steven Zaillian, anteriormente guionista de Despertares y adaptador de La lista de Schindler, de Spielberg, siendo una cinta que además recupera en su fotografía a un veteranísimo cámara como lo es Conrad L. Hall.
Casualmente interesado por el ajedrez a los siete años, Josh es un niño que tiene el don, el arte de mover las piezas en el tablero, y el asesoramiento de campeones como Pandolfini o como el negro que juega por dinero en el parque, tan sólo matizarán ese don innato. Sus padres, sus costumbres, él mismo… todo cambiará con el ajedrez, pero –afortunadamente—Josh seguirá siendo un niño de buen corazón.
Con unos excelentes actores (Joe Mantegna, Ben Kingsley y el niño Max Pomeranc), una acertada descripción de personajes y situaciones, “En busca de Bobby Fischer” culmina en forma más convencional con toda la secuencia del campeonato, pero deja sin duda un buen sabor de boca como ejemplo de cine honesto y ameno, y con la moraleja de que lo malo no son los niños prodigio, sino sus padres…
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