Dice el refrán español que de buenas intenciones está empedrado el infierno. Algo así cabría decir de En el filo de la duda, la película de Roger Spottiswoode que parece nacida del espíritu We are the world, aquella canción que hace años grabaron a coro un gran número de cantantes a beneficio de la infancia del Tercer Mundo. Ese mismo espíritu, el de colaborar desinteresadamente en una causa altruista, es el que anima a la larga pléyade de actores que intervienen en el filme, pero también el que fastidia (por no decir un sinónimo más vulgar) este invento.
Veamos: o se hace una película, con todas sus consecuencias de ritmo narrativo, unidad temática, progresión dramática y protagonistas centrados, o se hace un panfleto (en la más benévola de sus acepciones) de denuncia contra la ceporra Administración Reagan, que permitió con su puritanismo y mojigatería el avance imparable del sida, y contra el doctor Roberto Gallo, un auténtico ogro de esta fábula para adultos, que debió hacerle algo muy feo al doctor Francis (el médico de la OMS aquí biografiado) para que salga tan mal parado en la cinta, seguramente con toda la razón del mundo.
Pero las dos cosas a la vez, película y panfleto, no es posible hacerlas. Así, a pesar del dramatismo de la epidemia y del buen hacer de Roger Spottiswoode (de quien se recuerda todavía la espléndida El tren del terror y la notable Bajo el fuego), la historia va avanzando por mera acumulación de secuencias, con multitud de personajes, sin centrarse prácticamente en ninguno, salvo en el bueno del doctor Francis, atormentado por el fantasma de una enfermedad africana precursora del temible sida, que no supo o no pudo atajar a tiempo.
Quedan de esta forma apenas esbozadas líneas de guión que se reducen a meros brochazos, como la relación sentimental entre el congresista demócrata gay y su compañero oriental, o el tímido intento de seudo policiaco con la búsqueda del llamado paciente cero, del que partiría probablemente el contagio de la enfermedad en Estados Unidos, o la hostilidad declarada ente Gallo (un insoportable divo de la medicina, según el filme) y Francis. Con todo, bienvenida sea una obra como ésta que habla a las claras de esta peste de nuestro tiempo; no pasará a ninguna historia del cine, pero al menos hará que más gente deje de taparse los ojos ante el pavoroso avance de un mal irresistible.
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