[Esta película forma parte de la Sección Oficial del 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’2024)]
Lucie Prost es una cineasta francesa que se estrena en el largometraje con esta curiosa Fario, tras un par de cortos y una miniserie. Corto bagaje, quizá, para el envite de hacer un film de hora y media de duración, y eso quizá pesa un tanto en el resultado final, sin que este sea deleznable, aunque sí, nos tememos, manifiestamente mejorable...
La acción se desarrolla en nuestro tiempo. Conocemos a Léo, un treintañero francés que trabaja en Berlín como ingeniero; desde hace algún tiempo tiene problemas de erección, así que cuando viaja a su pueblo natal, en Doubs, donde se está produciendo la venta de terrenos a una empresa extractora de metales raros (ya saben, esos elementos con los que se fabrica el alma de los móviles, tablets, etcétera, que tan imprescindibles nos son), parece que busca algún tipo de cambio vital que le permita volver a una cierta normalidad, en ese aspecto, pero también en otros: es evidente que, sin él reconocerlo, se encuentra inmerso en una fuerte depresión. Léo se reencuentra con su madre, viuda; el padre del chico se suicidó tiempo atrás, siendo Léo el que lo encontró ya muerto. Aunque el joven, en principio, está determinado a vender sus tierras, empieza a tener dudas ante las reticencias de algunos de sus seres queridos del lugar, desde su madre a su primo Gus. Al mismo tiempo, cuando se baña en las aguas del río colindantes a donde se está realizando las perforaciones para extraer esos metales raros, empieza a observar cierto comportamiento extraño de las truchas en el agua...
Lo cierto es que, en nuestra opinión, esta Fario (por cierto, te tienes que enterar de lo que es ese nombre, un tipo de trucha, por la gacetilla, pero en ningún momento se cita en el film con esa denominación), sin ser deleznable, como decimos, tampoco se puede decir que haya dado en el clavo. Se entiende el mensaje, más o menos étnico, con este Léo que (nos enteramos ya casi al final) está destrozado por la muerte tan trágica del padre, una situación mental que parece tener su correlación con los problemas de impotencia que, siendo tan joven, le aqueja; se entiende también que quiera poner el dedo en la llaga de las explotaciones mineras que envenenan la naturaleza con sus prospecciones y sus procesos (aunque, desde luego, queremos seguir teniendo móviles, táblets y ordenadores...). Pero todo eso, que está muy bien, no se compadece con la forma en la que Prost, la directora, nos cuenta su historia, de una forma desvaída, con varias historias secundarias que diluyen la acción principal: la madre con su nuevo novio y su repentina vocación teatral –Shakespeare, nada menos...; la novieta que tenía en el pueblo y de la que estaba enamorado, pero que se fue con el primo de Léo, que finalmente resultó ser gay; la relación del protagonista con su hermana pequeña (a la que le lleva, por cierto, 25 años...); las idas y venidas con las muestras de agua y de trucha para ver si, efectivamente, la explotación minera está contaminando el agua y los peces...
Quizá lo que haya interesado más a Lucie Prost sea ese tono entre telúrico, onírico y fantástico, con las truchas que parecen convertirse en seres abisales, con bioluminiscencia y todo, truchas que en una escena cuasi final, bastante abstracta, parecen comportarse no sabemos si como pirañas o como la ONG Pescados Sin Fronteras, para salvar a nuestro joven ingeniero que tiene una empanada mental bastante considerable. Se ha mentado el nombre de Apichatpong Weerasethakul (el cineasta tailandés responsable de films tan extraños y fascinantes como Cemetery of splendour o Memoria) como influencia del tono más o menos alucinado de algunas escenas de este Fario, pero nos parece que entre Prost y el director asiático de nombre impronunciable media todo un abismo de sutileza y sensibilidad.
Con un ritmo narrativo bastante irregular, la película se deja ver con cierta benevolencia, siempre que el espectador no sea demasiado exigente. Prost puede tener un porvenir interesante en el audiovisual, pero nos parece evidente que deberá foguearse más y pulir sus historias; esta, sin ser aburrida, es, como decíamos al principio, manifiestamente mejorable...
Finnegan Oldfield, actor anglo-francés, es la estrella del film, un actor que, a pesar de su juventud, tiene ya una larguísima carrera como tal, con 59 créditos como intérprete cuando solo tiene 33 años. Es evidente que la cámara le quiere, y él se deja querer, aunque aquí nos parece que se excede en las poses introspectivas.
(08-11-2024)
90'