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Disponible también en Apple TV, Prime Video, Google Play Movies y Microsoft Store.
Aunque el universo del cine de superhéroes, en general, está ya bastante perjudicado en su aspecto artístico, tras tantas idas y venidas con estos tías y tías en leotardos haciendo imposibilidades físicas y metafísicas, de vez en cuando, y gracias a savia nueva que refresca las franquicias, nos encontramos con algún producto agradable que, aparte de poner en imágenes tropecientas escenas de acción, tan solventemente como es habitual en el cine yanqui (aquí acompañado, para la ocasión, por otros países del llamado Primer Mundo, como Canadá, Australia y Nueva Zelanda), presenta temas de interés que nos hacen reflexionar sobre asuntos humanos más allá de los múltiples mamporros que son consustanciales a este tipo de “blockbusters”.
La acción transcurre en nuestro tiempo, aunque en ese universo imaginario inventado por los dibujantes de DC Comics, con su Metrópolis y su Gotham, ciudades ficticias libremente inspiradas en Nueva York. En ese contexto (re)conocemos a Barry Allen, un chico alrededor de los 30 años, que es el nombre público del superhéroe conocido como Flash, capaz de correr a una velocidad que puede llegar a la de la luz (glup...), lo que le permite asistir en múltiples catástrofes para minimizarlas en lo posible y, sobre todo, salvar vidas humanas (y no humanas, por supuesto...). Pero Allen/Flash tiene la sensación de que, en el universo de la llamada Liga de la Justicia (el grupo de superhéroes que DC Comics está llevando al cine, como respuesta al grupo de Avengers o Vengadores propiciado por su eterno rival Marvel), él es algo así como el conserje, el que está para minucias, el que saca la basura, mientras que los otros de mayor pedigrí, como Batman, Superman o Wonder Woman, están llamados a cosas de más enjundia. Barry, como casi todos los superhéroes de DC, tiene un pasado traumático, al haber sido asesinada su madre cuando era niño, siendo su padre acusado de haberla matado, a pesar de que él cree firmemente en su inocencia. Llevado por la frustración de que el padre está a las puertas del juicio que le puede condenar definitivamente por ese oscuro asunto, Barry corre a la máxima velocidad de la que es capaz, descubriendo que, al hacerlo, consigue situarse en un punto en el que puede trasladarse a otro momento del pasado, y concibe la idea de hacerlo para evitar el asesinato de su madre, simplemente haciendo que ésta recuerde llevarse una lata de tomate del súper, y así el padre no tenga que ir a comprarla, momento en el que el innominado asesino acabaría con la vida de su progenitora. A pesar de las advertencias de su amigo Bruce Wayne (nombre público de Batman), en el sentido de que ello podría desestabilizar su universo y dar lugar a otros absolutamente imprevisibles, Barry decide afrontar ese salto atrás en el tiempo...
Andy Muschietti, el director de este gigante que ha costado la bonita cifra de 200 millones de dólares, es un argentino (Buenos Aires, 1973) al que el cine descubrió gracias al film de terror Mamá (2013), interesante propuesta que se salía de los trillados caminos del género de los últimos años, siguiendo la estela de otros productos apreciables como It follows, Babadook o Hereditary, por solo citar tres pelis terroríficas tan diferentes unas de otras. Con esa tarjeta de presentación Hollywood lo fichó para el díptico formado por It (2017) e It: Capítulo 2 (2019), la estimable y costeada versión en dos partes del clásico homónimo de Stephen King, díptico que arrasó en taquilla (con un presupuesto global en torno a los 120 millones de dólares, recaudó casi 1.200 millones en todo el mundo), poniendo de moda de nuevo el terror, en general, y las versiones de King, en particular.
Ahora Muschietti ha dado un nuevo salto cualitativo y se ha puesto al frente de este mastodóntico rodaje, con un equipo de técnicos de más de mil personas, y lo cierto es que, aparte de cumplir con lo que en principio se le pide, hacer un producto asequible, ameno, agradecido para los muchos fans de los superhéroes, que son los que en los últimos años han salvado al cine desde un punto de vista taquillero, consigue, como decíamos, reflexionar “sotto voce” sobre un tema, el duelo por la muerte de los seres queridos, que es universal y eterno, en el sentido de que ha existido desde siempre, y que existirá hasta que, cuando sea (intuyo que no tardando mucho), los humanos nos extingamos y dejemos la Tierra en paz.
Ese duelo, esa necesidad de vivirlo, de sufrirlo, de dolerlo, pero también de, poco a poco, irlo superando, será en puridad el tema sobre el que gira toda la historia, adornada con numerosas escenas de acción en las que, por cierto (como ocurre con la inicial, realmente divertida), se agradece muchísimo que estén hechas en un tono como de comedia que baja del pedestal al héroe de turno (ya ver a un tío como un castillo vestido de mamarracho con una licra roja ya mueve a la sonrisa...) y nos permite unas risas a costa de lo apurado de sus acciones para salvar a (en este caso) una panda de bebés (con una pinta de muñecos que tiran de espaldas, circunstancia que el director no esconde en absoluto...) y a un perrito que, en la secuencia de los créditos, tendrá su momento estelar, también descacharrante...
Luego, a lo largo de la trama, que se va adensando conforme las acciones de Barry /Flash van complicando el universo hasta convertirlo en (según una preclara explicación de un Barry Wayne/Batman septuagenario...) un plato de espaguetis con tomate, se irá perfilando ese tema, esa necesidad de llorar las pérdidas de los seres queridos, pero también de asumirlas, aceptarlas como la ley de vida que son, como la inevitable constatación de que todos somos mortales... hasta los superhéroes (bueno, Superman sí parece inmortal, pero como es de Krypton, no cuenta como humano...), y no digamos los familiares de los superhéroes.
Con una temática, entonces, adulta, en ese pensamiento reflexivo sobre los estadios del duelo y cómo llegar, con todo el dolor, pero también con toda la determinación, a dejar ir definitivamente a ese ser amado, a pasar página para, con su recuerdo, afrontar el resto de nuestras vidas, Flash se convierte en un film de una inesperada madurez de contenido, cuando todos esperábamos solo otra tanda de escenas con mucho fuego de artificio en modo digital (que las hay, y notabilísimas), tanto más sorprendente cuando, como también apuntábamos antes, Muschietti y sus guionistas optan por dar un tratamiento a su héroe en clave de cierto humor, con toques irónicos que lo humanizan y lo hacen más cercano, con mucha menor tendencia al postureo que sus colegas mayores.
Otra idea que juega en esa misma línea de cierto humor cuasi paródico lo encontraremos en la proliferación de Batmans, con la aparición en pantalla de nada menos que tres de los actores que lo han representado a lo largo de los últimos tres decenios, Ben Affleck, Michael Keaton (este convertido ya en un anciano, a pesar de lo cual se enfunda el “bat-traje”) y un cameo final para George Clooney, aunque este parece enteramente salido de un anuncio de Nespresso... Nada más que hubieran faltado Val Kilmer (el pobre no está ya ni para eso ni para nada...), Christian Bale y Robert Pattinson para que tuviéramos el repóquer de ases, digo de Batmans, que han sido desde que Tim Burton estableció, a finales de los ochenta, el canon actual del también llamado Caballero Oscuro. En esa misma línea de humor socarrón habrá que entender la aparición, en los diversos multiversos que se nos presentan, no solo del llorado Christopher Reeve como el primer y mejor Superman, sino también, en ese mismo personaje (ficticiamente: ¡loados sean los cielos!), a Nicolas Cage, en lo que puede considerarse lo más próximo a una pesadilla para legiones de fans del Hombre de Acero...
Buen trabajo interpretativo de Ezra Miller, además con un doble papel en el que es facilísimo orientarse de quién es quién en cada momento, y no solo (que también) por el pelo más largo de su personaje adolescente, sino sobre todo por el atolondramiento de éste, que el joven actor de tan peculiar rostro borda como todo un veterano. El resto del reparto actúa con corrección, aunque tenemos que citar, y no solo (que también...) por chovinismo español, a nuestra Maribel Verdú, sobre cuyo personaje gira, en puridad, toda la trama de la película, y que está estupenda, segurísima e irradiando un sentimiento maternal de gran intensidad emocional. También nos ha gustado mucho Sasha Calle, la primera actriz hispana que encarna a la hasta ahora muy rubia y muy aria Supergirl, personaje que gana, y de qué manera, con los perfiles latinos de esta potente y jovencísima actriz.
(23-06-2023)
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