En la segunda mitad de la década de los cincuenta los italianos inventaron, un poco por casualidad, un género, denominado popularmente “de romanos”, y conocido por los críticos como “peplums” (sería más ortodoxo decir “pepla”, conforme al nominativo plural de la segunda declinación del latín, pero en español suena a otra cosa…), en una sinécdoque curiosa: se llamaba a las películas por la prenda vestida por las damas que la protagonizaban. Fueron filmes de consumo mayoritariamente infantil y juvenil, con grandes aventuras, actores muy musculosos y acción desbordante.
El primer filme que abrió paso a este nuevo género fue precisamente este Hércules, que cuenta la historia del mítico héroe griego, un semidios hijo de Zeus y de la mortal Alcmena, conocido por su portentosa fuerza. A lo largo de la película Hércules habrá de demostrar repetidamente también su valor, que se verá afrontado a su prueba definitiva cuando emprenda la búsqueda del Vellocino de Oro, la preciosa piel del carnero alado enviado por Zeus.
La cinta es sumamente entretenida, y aunque ha envejecido inevitablemente en sus efectos especiales, se sigue viendo con agrado. La realización es correcta, artesanal, debida a un oscuro profesional italiano, Pietro Francisci, que llegó a especializarse en este tipo de cine de época, aventurero y un poco (o mucho…) fantasioso.
El alma del filme es, por supuesto, Steve Reeves, campeón de culturismo por aquellos años, un galán de cuerpo musculoso aunque algo duro de mollera; de todas formas, lo único que se le pedía era que luciera cachas, y eso lo cumplía a la perfección. Aparece también Sylva Koscina, considerada en su momento el no va más de actriz viciosa, al menos en la calenturienta imaginación de toda una generación de reprimidos…
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