Alexandre Aja es un director francés, afincado desde hace años en Estados Unidos. Está especializado en cine de terror, género en el que despuntó en su país a caballo de los siglos XX y XXI con un par de títulos, Furia (1999) y Alta tensión (2003), que fueron adecuada tarjeta de presentación para que el cine industrial norteamericano lo fichara. En los USA ha tenido algunos títulos de cierto relumbrón comercial, como el remake del clásico de serie B de los años setenta, Las colinas tienen ojos (2006), el terror psicológico que jugaba con espejos en Reflejos (2008), o la adaptación al cine de la peculiar novela del hijo de Stephen King, Joe Hill, Horns (2013), que sirvió para que Daniel Radcliffe se quitara de encima (más o menos...) el estigma de ser el Niño Mago de la serie Harry Potter.
Lo cierto es que el cine de Aja es funcional, no precisamente estiloso, mucho menos elegante, aunque hay que reconocer que la primera escena, con los títulos de crédito, nos hizo abrigar ciertas esperanzas: se desarrolla al completo en una piscina olímpica, donde la protagonista, una chica llamada Haley, nadadora de élite, va a realizar una prueba de clasificación en estilo libre: la filmación es agradable, los planos bien rodados, con estilo, el tempo el adecuado para ir deslizando en el espectador algunas gotas de sugerente inquietud... Lástima que inmediatamente después, cuando se entra en materia, esas virtudes desaparezcan y sean sustituidas por los típicos vicios del terror malo, el que confía en los sustitos y en los atronadores golpes de música toda su capacidad para aterrorizar al público.
Haley marcha a Florida bajo un huracán de fuerza 5 cuando su hermana le dice que su padre (que ha sido fundamental en su vida como deportista, siendo su entrenador, aunque la chica se culpa a sí misma por haberlo acaparado y, con ello, haber provocado el divorcio de sus padres) no contesta al teléfono. Cuando por fin llega a la casa de verano de la familia, se encontrará al padre malherido en el sótano y varios caimanes con intenciones más bien aviesas...
Pero lo cierto es que, en contra de lo que podríamos esperar, la tensión está dada con escasa inteligencia, haciendo (otra vez) que la coherencia sea la primera sacrificada en el ara de la ineptitud de los guionistas, los hermanos Rassmunsen, que hacen que los caimanes ataquen a nuestra protagonista y a su padre dependiendo de lo que les interese a ellos, no lo que demandaría la lógica de los acontecimientos. Con una única situación y un único espacio-tiempo, hay que ser muy bueno para gestionar eso y que no termine cansando, y Aja no es precisamente una maravilla en ese aspecto. El francés actúa entonces como un mero pegaplanos, sin dar cuerpo ni grosor alguno a sus personajes, meros roles de cartón piedra con los que el espectador apenas puede conectar, cuánto menos identificarse, una de las premisas fundamentales en este tipo de films para que lo que sucede en pantalla importe al público y le llegue a enganchar emocionalmente.
Así las cosas, Infierno bajo el agua queda como un mediocre producto comercial, no precisamente distinguido, en el que de nuevo observamos que los efectos digitales, cuando no son de buena calidad, “cantan” cantidad: es el caso, con unos caimanes descomunales que parecen de goma y una tormenta de fuerza 5 hecha a base de cielos grises en los que casi se ve la serie binaria: 1-0-1-0... (es broma, claro). Rodada fundamentalmente en Serbia, coproductora del film, la película no alcanza los estándares que cabe pedirle a un film comercial como este, que debe prender la atención del espectador y no soltarlo hasta el final.
Kaya Scodelario, actriz británica de peculiar nombre y apellido, y con un parecido más que razonable (o así nos lo parece) a nuestra Paula Vázquez de hace 20 años, empezó con cintas de interés, como la versión de Cumbres borrascosas (2011) que hizo a las órdenes de Andrea Arnold, pero últimamente está virando hacia productos descaradamente comerciales, como la saga adolescente iniciada con El corredor del laberinto (2014), que pareciera encasillarla en productos meramente alimenticios: mala cosa, porque nos parece una actriz prometedora, aparte de sus evidentes encantos físicos.
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