Santander, años 90. Luisa es una mujer de treinta y tantos, acomodada esposa de Ramiro, un dentista bien situado en la ciudad. Un día encuentra por casualidad a Ángel, antiguo amigo de ambos y con quien ella se casó en primeras nupcias, para separarse poco después y desposarse con su actual marido. Ángel, del que no sabían nada desde hacía años, y al que suponían en Hispanoamérica haciendo fortuna, se ha convertido en un pedigüeño. Luisa siente reverdecer el amor que un día sintió por él, sin por ello dejar de querer a su marido. Recordando la dorada época de su niñez, cuando los tres jugaban juntos y eran conocidos como "los inseparables", Luisa decide, contra el parecer de Ramiro, llevárselo a casa. Allí descubren que Ángel está gravemente enfermo, pero a la vez que no desdeña obtener de nuevo los favores sexuales de la que ha sido mujer de ambos. Ramiro, entre los celos y la seguridad que le da el saber que a su rival le queda poco tiempo de vida, se mantiene en un prudente segundo plano, aunque sin dejar pasar ocasión para mostrar su desprecio por el intruso...
Sobre la base de un triángulo, dos hombres y una mujer, se fundamenta la trama de esta Intruso. Esta vez será la irrupción de Ángel en el matrimonio formado por Luisa y Ramiro. Ángel, ex marido de Luisa, resultar ser un enfermo terminal por mor de la pasión que mantuvo con la que entonces era su mujer. Abandonado por ésta, la vida deja de tener sentido y se convierte en un vagabundo, en una especie de "clochard" cortazariano a la espera de la llegada de la muerte. Rescatado de esa vida por Luisa, que le quiere como una parte más de sí misma, se plantea entonces la difícil situación del triángulo. Ramiro se sentirá pronto aguijoneado por los celos. Ángel estará envidioso de la felicidad que adivina en la pareja y se propone romperla en su favor, o tal vez en favor de nadie. Luisa, en fin, el personaje más lúcido y a la vez más amoroso de todos, desea tener a los dos, o a ninguno. Es esta película tal vez no tan explícita en sexo como otras de Aranda, pero sí está tremendamente inundada de erotismo, aunque sea en parte sólo a un nivel oral.
En un momento determinado, ya con Ángel acogido en el hogar de Luisa y Ramiro, el entonces vagabundo, mientras la mujer le prepara el baño, le enseña el anillo, gemelo al de la mujer, con una inscripción, PREOM, cuyo significado finge no recordar: ella se lo recordará: "Para reencontrarse en otro mundo". En otro momento, antes de que Ángel llegue a la casa, Luisa repasa con Ramiro un álbum de fotos de los tres, con un diálogo que se mostrará como un anticipo de lo que ocurrirá más tarde: dice la mujer que "habían decidido que cuando fueran mayores ella se casaría con los dos"; y Ramiro confirma: "Y así fue", pero ella rectifica, "pero no al mismo tiempo". Él, con sonrisa sardónica: "Solo faltaría eso". La acción demostrará que eso será justamente lo que sucederá, más allá del control de Ramiro sobre la que hasta entonces había sido su plácida vida de acomodado dentista felizmente casado en la serena Santander.
Obra densa, intensa, ni el público ni la crítica la aceptaron de buen grado, aunque parece claro que Intruso es una película mayor, que habla de la imposibilidad de negarse a amar, de la imposibilidad de limitar el amor, un film inusualmente austero, de tono lóbrego y fatalista, una de las cintas más extrañas, a la vez más hermosas, de un Aranda maduro y dueño ya de todos los resortes de la narración cinematográfica. Como ya había ocurrido anteriormente, también con Intruso Aranda se adelanta a su tiempo, filmando una historia que hoy día se aprecia mejor en su extraña apuesta por un amor de ribetes colectivos, una apuesta que busca superar los espacios tradicionales del amor.
Su fracaso económico precipitó el final de la colaboración del cineasta barcelonés con Imanol Arias, con el que ya no trabajaría más. También hizo intermitente la hasta entonces omnipresente presencia de Victoria Abril, que ya solo figurará de vez en cuando en sus films. Antonio Valero, que ya había trabajado con Aranda, siempre tan dado a repetir con sus actores, sobrellevaba el papel más desagradecido de la historia, el marido que sentirá invadida su zona de confort por un antiguo rival que es, a su vez, un antiguo y querido amigo, en una confluencia de sentimientos ciertamente turbulenta. En la parte técnica, José Luis Alcaine fotografía bellísimamente, con colores puros e importante presencia del negro, esta historia de alguna forma funeraria, porque su final no podrá ser otro que fúnebre; la música, elegante y agorera, es del también habitual José Nieto, y el montaje de la eficaz Teresa Font.
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