Pelicula:

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Judy Garland fue una de las presencias más fascinantes del Hollywood clásico. No especialmente guapa (sin ser fea), sin embargo tenía un raro magnetismo que hacía que, cuando estaba en pantalla, fuera imposible dirigir la mirada a otra cosa que no fuera su rostro. Empezó a hacer cine siendo una niña en papeles sin acreditar, hasta que empezó a hacerse un hueco en el proceloso mundo de Hollywood. Llamó la atención en La melodía de Broadway (1938), para pronto ser pareja artística de la estrella juvenil del momento, Mickey Rooney, en films como Andrés Harvey se enamora (1938), hasta que, con El mago de Oz (1939), se convierte instantáneamente en una estrella, en una interpretación inolvidable en una de esas películas que todo el mundo conoce. Su carrera continuó, mayormente por los senderos de la comedia y el musical, hasta que en los años cincuenta convulsiona el cine dramático con su papel en Ha nacido una estrella (1954), la versión de Cukor que, en nuestra opinión, es la canónica en esta tan versionada historia.

Pero, lejos de los oropeles, Garland fue en realidad una mujer muy desgraciada, desde los continuos sacrificios de todo tipo que tuvo que afrontar para poder ser una estrella, hasta cuatro matrimonios que solo le reportaron infelicidad, y una progresiva adicción al alcoholismo que terminaría finalmente con su vida, cuando contaba solo 47 años.

Sobre esta vida azarosa y llena de desdichas, Rupert Goold, director teatral londinense y desde hace unos años también director de cine y televisión, ha rodado la adaptación al cine de la obra teatral homónima de Peter Quilter, que se centra en los últimos meses de la diva, cuando sus graves problemas financieros en Estados Unidos, tras su último divorcio, le hicieron cruzar el charco para establecerse temporalmente en Londres para dar conciertos, en un tiempo en el que sus adicciones y un nuevo matrimonio acompañado de nuevas frustraciones terminaron de rematar una carrera que languidecía, a pesar de su legión de fans.

Lo cierto es que la mirada hacia Garland nos parece plausible: es más que probable, por lo que cuentan sus biógrafos, que los últimos tiempos en la vida de Judy fueran así, una cadena de sinsabores, de penalidades para una mujer que lo fue todo y llegó a ser casi nada. Pero nos tememos que Goold, y su guionista Tom Edge, no han estado especialmente brillantes en la plasmación cinematográfica de estos años de plomo de la diva; posiblemente en teatro la historia funcione mejor, pero aquí hay secuencias (como casi todas las que comparten los personajes de Judy y sus maridos o exmaridos, Sid y Mickey, pero también la de la dama con la pareja de rendidos admiradores gays londinenses) que son manifiestamente prescindibles, no apartan nada ni dramática ni narrativamente a la historia.

Queda, eso sí, una portentosa interpretación de Renée Zellweger, toda una sorpresa: no conocíamos que la actriz texana tuviera un tal voltaje interpretativo, pero aquí está realmente eximia: ella es Judy Garland en su ocaso, consigue infundirle una extraña mezcla de patetismo y grandeza a la vez, nos la presenta como la mujer desvalida pero también fuerte que, incluso en sus peores momentos, sentía, como todos los artistas, la necesidad del contacto con el público, el veneno de la escena del que es imposible huir. El hecho de cantar ella misma, sin “playbacks” de Garland, es también un detalle de coraje ciertamente admirable. Eso sí, no dejaría de ser chocante, por no decir otra cosa, que Renée ganara por el papel de Judy el Oscar que a Garland se le negó en las dos ocasiones en las que estuvo nominada: cosas más raras se han visto.

Así que Judy termina siendo un biopic más bien irregular, que gana enteros, y de qué manera, cuando Zellweger está en pantalla, preferiblemente sola, preferiblemente sobre el escenario: incluso en los peores momentos retratados, cuando Garland se arrastraba entre los abucheos del público, esa canalla veleta, Renée brilla, consiguiendo la rara proeza de inspirar pena y admiración a un tiempo: prodigiosa Zellweger, dónde tenías escondido este talento...

En uno de los flashbacks con los que nos ilustra Goold sobre la penosa juventud de Judy, cuando tenía dudas sobre las penalidades a las que era forzada para ser una estrella juvenil, el productor Louis B. Mayer (sí, el famoso de “Metro Goldwyn Mayer”) le dice que, si quiere, puede ser como las otras chicas anónimas, una gota de lluvia en el océano Pacífico, una más, sin relieve, que sea cajera, se case, tenga hijos y muera sin que nadie se acuerde nunca de ella. Judy querrá ser, claro está, la estrella que fue, aunque ello supusiera cercenar los mejores años de su vida: con el tiempo, esos traumas infantiles pasarían factura, una factura que solo se podía pagar en estragos físicos, en deterioro personal, en una espiral de autodestrucción que llevaría a una auténtica genio a la enfermedad, a la tan precoz muerte.

(05-02-2020)


 


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118'

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Judy - by , Oct 25, 2020
2 / 5 stars
Una gota de lluvia en el océano Pacífico