William Friedkin es historia viva del cine norteamericano. Durante los años setenta hizo dos películas que están en el imaginario de todo cinéfilo. Con French Connection (que en España, siempre tan cañí, sobre todo en aquella España de Franco, se tituló Contra el imperio de la droga), pero, sobre todo, con El exorcista, Friedkin tiene un lugar de honor en el cine popular de todos los tiempos. También hizo en esa misma década una rareza, Los chicos de la banda, que, por primera vez en el cine comercial norteamericano, presentaba a los gays con normalidad, sin el tono esperpéntico o de humor grueso que se había utilizado hasta entonces.
Pero Friedkin, tras el éxito de El exorcista, se pegó la gran costalada comercial (y crítica, aunque no era una película deleznable) con Carga maldita, nueva versión del clásico El salario del miedo. Con A la caza se enfrentó a la (entonces ya) pujante comunidad gay, que quiso ver (creo que equivocadamente) en el film un ataque contra ella, y algún batacazo más como Vivir y morir en Los Ángeles y Reglas de compromiso, terminaron por mandarlo al ostracismo de las series televisivas y los documentales.
En el siglo XXI Friedkin, en una de esas probaturas que entonces intentaba para volver al primer plano de la actualidad de Hollywood, hizo un film indie, Bug (2006), que era la primera adaptación al cine de una obra teatral del actor Tracy Letts, que por aquel entonces desarrollaba ya una interesante carrera como dramaturgo. El éxito moderado de la apuesta animó a Friekdin, algunos años más tarde, a llevar a la gran pantalla otro de los dramas de Letts, este Killer Joe, que sin embargo no tuvo igual resultado en taquilla, obteniendo una recaudación muy menguada y una consideración crítica no especialmente favorable.
Texas, siglo XXI. Dos núcleos familiares tirando a desestructurados: en uno vive el joven Chris con su madre y el novio de esta, Rex. En otro, igual de desastroso, Ansel, que es el padre de Chris, separado de la madre de este, vive con su nueva esposa, Sharla, y su hija, Dottie. Tanto Chris como Dottie tienen un “plomazo dado”, como se dice en mi tierra; queremos decir que padecen algún ligero retraso mental que les hace estar por debajo de la inteligencia media y, por ello, incurren en errores que pueden ser de bulto, incluso graves. Es lo que sucede cuando Chris, que tiene una tormentosa relación con su madre, concibe la idea de matarla, con el beneplácito de su padre, dado que, según se ha enterado, su progenitora tiene un seguro de vida de 50.000 dólares del que es beneficiaria su hermana Dottie, a la que creen poder manejar. Se les ocurre contratar al llamado Killer Joe Cooper, policía que, a su vez, realiza ese tipo de trabajos de asesinato por contrato, previo pago de su importe. Pero las cosas no serán tan sencillas...
Tiene en general la obra dramática de Letts una cierta tendencia hacia el chafarrinón, hacia lo grotesco. Estaba presente en su obra más conocida, Agosto, llevada al cine en 2013 por John Wells, y también en esta otra que no es tan famosa, aunque en Broadway estuvo en cartel nueve meses cuando se estrenó en los años noventa. Killer Joe, como película, es bastante deudora de la obra teatral. De hecho, y aunque Friedkin hace un buen trabajo como director (otra cosa hubiera sido difícilmente entendible en un profesional seguro como es él), lo cierto es que el film peca de una cierta teatralidad, aunque esté adecuadamente “aireado”.
Las características del film serían, por un lado, la pintura de tipos humanos que colindan con el desecho: el veinteañero carajote que maquina encargar el asesinato de su madre sin tener ningún tipo de reparo moral; el padre y exesposo de la futura finada, con más luces (aunque no muchas más...) que el tarado de su hijo, que tampoco es que ponga muchos reparos éticos a lo que le plantea el memo de su vástago; la hija, quizá en el fondo el personaje más honesto, porque aunque sabe que planean el asesinato de su madre, su escasa entidad intelectual la hace incapaz de procesar semejante tropelía; el asesino a sueldo, que a su vez es policía, quien debería hacer cumplir la ley dedicándose profesionalmente a incumplirla, y de qué forma; y la nueva mujer del paterfamilias, una comehombres que columbra la posibilidad de salir del arroyo aunque sea urdiendo una celada sin nombre. Por otra parte, Friedkin y su guionista, que es también el propio dramaturgo, Letts, inciden profusamente en el humor negro, en esta comedia de ribetes esperpénticos pero, a la vez, delatora de una clase social sin estudios, sin futuro, sin mucho más que hacer que sestear hasta que la suerte, en un imposible guiño, les sonría.
Film duro, con algunas escenas (la del muslo de pollo es difícilmente soportable) que rayan en el porno fetichista, Killer Joe es una película interesante aunque no esté totalmente conseguida. Rodada con la sencillez típica de los buenos artesanos de Hollywood, que siempre han servido igual para un roto que para un descosido, se beneficia de una interpretación notable de un reparto más que entonado: Matthew McConaughey ya se había convertido en el actor exquisito que nos viene deparando en los últimos tiempos memorables interpretaciones: Mud, Dallas Buyers Club, El lobo de Wall Street, Interstellar, Los hombres libres de Jones; Emile Hirsch, afortunado en su papel de carajote al que se la meten doblada; una estupenda Juno Temple, absolutamente adorable en un personaje que parece una Lolita ya crecida y de escasas luces; y Gina Gershon, que compone otro de sus roles de mujer fatal, en este caso con los ropajes del costumbrismo, casi del naturalismo.
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