Esta película está disponible en el catálogo de Netflix, Plataforma de Vídeo Bajo Demanda (VoD).
Sergio Pablos (Madrid, 1970) tiene tras de sí una ya dilatada carrera como animador. Ha trabajado como tal para Disney en varios de los proyectos de la Casa del Ratón de los años noventa del siglo pasado, en títulos tan conocidos como El jorobado de Notre Dame (1996), Hércules (1997) y Tarzán (1998); también ha trabajado para otros sellos, como Blue Sky, para la que colaboró en Río (2011). Quiere decirse que es un hombre de prestigio dentro del gremio y, cuando ha dado el salto a la dirección, ha contado con la poderosa Atresmedia para hacer este su primer largometraje de animación tradicional, Klaus, una muy agradable sorpresa que ha llegado incluso a ser nominada a la Mejor Película de Animación, cuando las candidaturas a esa estatuilla suelen estar copadas, abrumadoramente, por producciones norteamericanas.
Klaus cuenta la que podríamos considerar una imaginaria (pero muy imaginativa) génesis de cómo surgió la leyenda de Santa Claus, el viejo bonachón vestido de rojo que, a lomos de su trineo transportado por renos, deja regalos a los niños de todo el mundo en la madrugada de Nochebuena. Aquí la historia arranca en algún país innominado, en cualquier caso norteño, donde el servicio de correos es una de las joyas de la corona. Al frente está un hombre íntegro que se preocupa por la eficiencia de su servicio. Sin embargo, su hijo Jesper, al que ha hecho empezar como cartero, es un desastre: el chico, un auténtico haragán, no da pie con bola, trabaja negligentemente y procura escaquearse cuantas veces puede. El padre, harto de tanta holgazanería, lo envía como cartero al confín del país, donde las nieves son perpetuas, de donde no volverá hasta que haya conseguido que en ese pueblo se envíen por correo un mínimo de 6000 cartas. Jesper, ya en el pueblo, se da cuenta pronto de que hay dos bandos encontrados con un odio extremo, pero también que hay un viejo adusto y gruñón que, sin embargo, se convertirá pronto en lo más parecido que ha tenido nunca a un amigo de verdad...
Sergio Pablos y su codirector, Carlos Martínez López, han conseguido un producto solvente, bien enhebrado, con un guion ingenioso que juega con los archiconocidos tópicos sobre la figura de Santa Claus (la tradición de los regalos a los niños, la capacidad cuasi taumatúrgica para saber los que se han portado bien o mal, el carbón para los traviesos, el color rojo del atuendo de Santa, los renos, etcétera.), explicándonos cómo pudieron surgir, cómo pudieron empezar a existir, a veces por puras carambolas, otras por mor de pequeños accidentes, finalmente, con frecuencia, por mero azar.
Ese ingenioso guion está bien servido por un dibujo de excelente calidad en dos dimensiones que, siendo razonablemente antropomórfico, juega mucho con los volúmenes, con personajes (salvo Jesper y algunos otros, de diseño más realista) de torsos gigantescos sobre piernecillas mínimas, en una imposibilidad física y casi metafísica que le añade un toque de irrealidad que, lógicamente, conviene a esta fantástica historia fantástica (entiéndase el adjetivo repetido en su doble acepción: el primero como elogioso, el segundo como definitorio del género en el que evidentemente –junto al de aventuras-- se inscribe). Los tonos de la paleta de colores utilizada por los directores tendrán también su importancia, retratando inicialmente el pueblo en el confín de la Tierra con colores oscuros, casi siempre grises y negros, además de un blanco sucio, para ir progresivamente, con la evolución del personaje central y los hechos que modificarán la conducta de los lugareños, tornándose en colores más claros, más vivos, mientras los blancos se vuelven más níveos, más puros.
Retrato del niño de papá entregado a la desidia y a la molicie al que, sin embargo, la amistad y el amor hacen crecer, madurar hasta convertirse en una persona cabal y generosa, Klaus tiene algunas evidentes referencias estilísticas, como algunos tributos icónicos a Pesadilla antes de Navidad (cuyo tema no es tan lejano, lógicamente), y cuenta entre sus temas alguno de hondo calado, como la tan actual ola de “haters”, de odiadores profesionales, aquí alineados en dos bandos irreconciliables, metafóricos Montescos y Capuletos que encuentran en su reconcentrado odio su única razón de existir, hasta el punto de aunar fuerzas para acabar con quien amenaza con llevar la paz, la cultura, la felicidad, a su comunidad. Ese odio irredento hace que, aunque geográficamente la historia está ubicada en algún remoto confín del norte de Europa, sociológicamente parezca desarrollarse más bien en España, donde tenemos, lamentablemente, una larga tradición de cainismo que no cesa.
Como el ángel del Teorema de Pasolini, el personaje de Jesper, con el concurso inestimable del rol de Klaus, cambiará para siempre el pueblo cetrino, adusto, desconfiado y hosco, un pueblo hasta entonces erigido sobre el resentimiento y el rencor. Un sincero acto de bondad, se repite en la película, provocará siempre otro: hermoso aserto que quisiéramos axioma. En el brillante desenlace, Pablos y Martínez López demuestran que, además de construir un más que solvente producto comercial con sólidos mensajes éticos en forma de cargas de profundidad, son capaces de emocionar sinceramente al espectador y, encima, terminar con una elipsis dolorosa, bellísima, en la última vez que nos será dado ver al viejo Klaus antes de entrar en la leyenda.
(01-05-2020)
96'