La canción de los nombres olvidados (2019) es una película sobre la importancia de que perdure el pasado en la memoria, que tras estrenarse en el Festival de Toronto y clausurar el de San Sebastián, llega a las carteleras españolas. Una emotiva historia que transcurre entre los años 30 y los 80, y que arranca durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el niño Dovidl Rapoport llega a la ciudad de Londres como refugiado judío desde la Polonia donde nació. Tiene solo nueve años pero es todo un prodigio tocando el violín, que es acogido por una acomodada familia inglesa, como un hijo más, que le obliga a que siga con sus estudios musicales. El chico, tras un principio de repulsa, se convierte en el mejor amigo de su "hermano" Martin y en la gran promesa de la familia.
Al convertirse en un gran profesional del violín está a punto de dar su primer concierto en 1951, pero horas antes desaparece sin saberse el motivo, dejando a Martin con una gran tristeza. Convertido en profesor de piano, Martin Gilbert, en una audición descubre a un joven violinista que imita el ritual de Dovidl y piensa que podría haberle enseñado, despertando en él el deseo de encontrarlo y comienza su búsqueda después de tantos años, recorriendo Europa y finalmente Nueva York para dar con él.
El título de este film proviene de un grupo de judíos supervivientes del Holocausto que para no olvidar a los que cayeron en el campo de concentración de Treblinka, los recuerdan a través de una canción que interpreta un rabino en la sinagoga cuya letra está compuesta por sus nombres. Trata así sobre el recuerdo de esas víctimas para que las generaciones venideras de diferentes edades no olviden el pasado.
El guion está basado en la novela de igual título, primera del crítico y ensayista musical inglés, Norman Lebrecht, publicada en 2001, que ha escrito Jeffrey Caine, que abusa demasiado de la estructura narrativa elegida a base de excesivos flashbacks, con vueltas al pasado y al presente por corte directo, lo que complica su comprensión ya que en algunos momentos no sabe el espectador en qué punto de la narración de esta historia se encuentra, en la que la religión está muy presente.
Además los dos personajes protagonistas son interpretados por diferentes jóvenes actores conforme van creciendo. Tan solo Tim Roth se mantiene más tiempo en imagen, siendo Dovidl incorporado hasta por tres actores, el último Clive Owen, ambos están bien, al igual que los chicos que los interpretan en las edades jóvenes.
Al frente de esta producción está el director canadiense François Girard, nacido en Quebec, un cineasta con un estilo academicista que ha demostrado a lo largo de su carrera una gran pasión por hacer cintas que traten sobre temas musicales, como ya lo demostró con anterioridad con Serenata en soledad: un retrato de Glenn Gould (1993), El violín rojo (1998) o El coro (2014), y esta no podría ser más apropiada en ese sentido, ya que a lo largo de la trama tenemos ocasión de oír algunas piezas musicales, preferentemente de este instrumento.
Como no podía ser de otra manera, la cuidada banda sonora está a cargo del gran maestro Howard Shore.
Nominada por la Academia de cine canadiense la banda sonora, la canción The song of name, el vestuario, el maquillaje y el sonido.
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