CRITICALIA CLÁSICOS
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(Con motivo del centenario del nacimiento de Margarita Alexandre, directora, guionista, productora y actriz, y en su homenaje, recuperamos la crítica de una de sus películas más emblemáticas. El lector interesado también puede leer sobre las directoras pioneras del cine español en el artículo Directoras españolas del siglo XXI: la gran eclosion (I). Preámbulo: las pioneras).
La vida de Margarita Alexandre es como para hacer una película sobre ella. Leonesa nacida en 1923, en una familia acomodada, a principios de los años cuarenta comienza una incipiente carrera como actriz y se casa con un noble, en un matrimonio que se mantendría legalmente pero que “de facto” duró poco. Conoce en 1953 a Rafael Torrecilla, productor con buenos contactos en Italia; ambos se enamoran y conviven desde entonces, en un país, España, donde tales amores adúlteros de forma pública estaban muy mal vistos. A pesar de ello, Alexandre y Torrecilla crean su propia productora, Altamira Films (después redenominada Nervión Films), al amparo de la cual codirigen tres largometrajes: uno documental, Cristo (1953) y dos de ficción, esta La ciudad perdida (1955), en coproducción con Italia, y La gata (1956), primera película española rodada en CinemaScope.
Ambos coproducen también una de las más interesantes cintas hispanas de la época, Un hecho violento (19585), de José María Forqué, tras lo cual, para escapar del asfixiante clima represivo y acultural de la España franquista, emigran primero a México y después, con la Revolución Cubana, a la isla caribeña, donde se enrolan en el equipo de Tomás Gutiérrez Alea, para quien producen varios films, entre ellos Las doce sillas (1962) y la obra maestra de “Titón” (como era coloquialmente conocido Alea), La muerte de un burócrata (1966). A principios de los años setenta, tras chocar con las rigideces de la dictadura castrista, marchan Margarita y Rafael a Italia, donde él seguía manteniendo buenos contactos, y allí permanecen en el exilio. En 1975 Margarita será detenida durante varios días cuando intentaba sacar clandestinamente de España una copia de Canciones para después de una guerra, de Basilio Martín Patino, prohibida por el régimen franquista. En Italia financia la edición en libro de Operación Ogro, sobre el asesinato de Carrero Blanco, y convencen a Gillo Pontecorvo para que dirija su adaptación al cine, pero el film llegará tarde, ya tras la muerte de Franco. Ya de regreso a España, intentará montar varias producciones: un film de Buñuel sobre Federico García Lorca, una adaptación de Uslar Pietri sobre Bolivar... pero ya no llegó a producir nada más.
Alexandre y Torrecilla montaron esta coproducción italo-española que consiguió superar los primeros filtros de censura gracias precisamente a su carácter de coproducción. De otra forma, el hecho de que el protagonista fuera un comunista infiltrado en España, además armado y con facilidad para el gatillo, difícilmente hubiera prosperado.
Rafael es hijo de una familia bien en Madrid, antes de que estalle la Guerra Civil; se ha afiliado al Partido Comunista, cosa que desagrada a su padre; finalmente se va de casa; cuando estalla la guerra, se alinea con el Frente Popular; al terminar, huye fuera y vuelve, ya en la noche del franquismo, con un grupo que resulta diezmado cerca de Madrid, a donde dirigirá sus pasos Rafael, único superviviente de la célula comunista. Allí le fallan sus contactos en la ciudad, por lo que finalmente opta por secuestrar a una joven dama de alta alcurnia, María...
A pesar del relativo salvoconducto que suponía la coproducción con Italia, el film no se libró de la feroz censura que, sobre todo en el montaje, destrozó en buena parte la película. Aun así, La ciudad perdida queda como una rarísima muestra de cine hecho dentro del franquismo pero con osadías como que un comunista fuera el protagonista, sin cargar las tintas sobre él, o que los diálogos entre el padre beatón y el hijo comunista no se decanten claramente por el primero, como sucedía en aquella época cuando existía (rara vez) una escena de ese tipo. Es cierto también que, a pesar de la guillotina de la censura, se crea un ambiente opresivo, una atmósfera viciada y como de pesadilla, en la mejor tradición del cine negro americano y europeo (francés, que en aquella época era el "noir" más característico del Viejo Continente), valores más que suficientes para hacer recomendable la visión de esta rarísima curiosidad.
Alexandre y Torrecilla no eran unos exquisitos en la dirección cinematográfica, pero se puede decir que su realización, funcional y sin subrayados, convenía bien a este film extraño, atípico, una “rara avis” en el mortecino panorama del cine español de mediados de los cincuenta.
Los protagonistas, Fausto Tozzi y Cosetta Greco, ambos italianos, gozaron en aquella época de cierta popularidad que, sin embargo, no trascendió mayormente de las fronteras de su país. En personajes episódicos aparecen dos secundarios de lujo como Félix Dafauce, que compone un duro comisario de policía, y Manolo Morán, en un rol de mayordomo “con pluma” bastante curioso, además de María Dolores Pradera, en su época de actriz, antes de convertirse en la gran dama de la canción española.
(09-09-2019)
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