El reciente estreno de 20.000 especies de abejas, de Estíbaliz Urresola Solaguren, el inminente de Los buenos modales, de Marta Díaz de Lope Díaz, y el algo más lejano de Els encantats, de Elena Trapé, nos dan pie a glosar la extraordinaria eclosión que ha acontecido durante lo que va de siglo XXI, en cuanto al número de mujeres cineastas españolas, de directoras que han conseguido dar el salto a la dirección de largometrajes y series, en un proceso que, aunque aún en clara desventaja numérica con respecto a sus colegas varones, va gozosamente a más. De hecho, en los últimos seis o siete años esa cifra ha crecido apreciablemente. Queremos hablar, entonces, de ese notable grupo de directoras que en España ha comenzado a hacer cine desde comienzos de este siglo; ello quiere decir que aquellas otras mujeres que empezaron a dirigir antes de comenzar el siglo XXI no son el objeto de este análisis, aunque desde luego sí las citaremos (en este primer artículo, concretamente) como las pioneras que han sido, facilitando, con su esforzado trabajo, con su enorme tesón, que a día de hoy pueda haber en España más de cuatro decenas de directoras que trabajan con continuidad (dentro de la continuidad que puede haber en oficio tan complicado...), cineastas en pie de igualdad con sus compañeros de profesión hombres. Y queremos hablar también de las directoras españolas del siglo XXI poniendo el énfasis en otro hecho sumamente interesante, la descentralización que ha tenido lugar en nuestro país, gracias a la organización administrativa mediante comunidades autónomas que ha permitido la Constitución de 1978, haciendo con ello que los habituales polos de producción de España, que hasta hace apenas unas décadas eran casi exclusivamente Madrid y Barcelona, se abran a un ámbito mucho más plural, más periférico, con lo que ello supone en términos de enriquecimiento cultural (otras lenguas, otras miradas, otras formas de entender la vida) para el cine español.
Las pioneras
Porque las cuatro decenas largas de directoras de cine de este siglo XXI que vamos a glosar no parten de la nada: todas vienen de un trabajo ímprobo por parte de colegas de profesión y de sexo que lo tuvieron aún más difícil que ellas, en unos tiempos, no tan lejanos, en los que a la mujer se la consideraba apta solo para los papeles de hija, novia, esposa, madre y abuela, sin opción alguna a tener una carrera profesional digna de ese nombre. Que en ese contexto hubiera mujeres como la catalana Elena Jordi (con Thais, en 1918, film del que lamentablemente no se conserva ninguna copia) y la valenciana Helena Cortesina (con Flor de España o la Historia de un torero, en 1922, con codirección de José María Granada), que en las décadas de los años diez y veinte de siglo XX filmaron las primeras películas como directoras del cine español, no es que tenga mérito, es que colinda con el milagro...
Algo parecido se puede decir de la catalana Rosario Pi, que consiguió rodar dos películas (El gato montés, en 1936, y Molinos de viento, en 1938) durante los años treinta, en tiempos tan convulsos como la Segunda República y, sobre todo, la Guerra Civil, aunque tras acabar el conflicto fratricida, durante el que se instaló en Italia, al regresar a España no consiguió volver a dirigir ninguna cinta, teniendo que dedicarse a otros menesteres profesionales sin relación con el cine.
Las mujeres directoras durante el franquismo
La cineasta por antonomasia de la época franquista sería la actriz madrileña Ana Mariscal, que tuvo una bastante larga carrera como directora durante las décadas de los años cincuenta y sesenta, iniciada con Segundo López, aventurero urbano (1953), de obvias influencias neorrealistas, movimiento en auge en aquel tiempo, y al que el cine mariscaliano aportó esta sin duda curiosa muestra. En su filmografía como directora destacarían algunos títulos significativos como Con la vida hicieron fuego (1959), El camino (1964), sobre la novela de Delibes, y Los duendes de Andalucía (1966).
Por su parte, su coetánea leonesa Margarita Alexandre, aunque de ideología republicana (mientras que Mariscal sintonizaba con el régimen de Franco), conseguiría rodar, junto a su pareja, Rafael Torrecilla, tres películas, el documental Cristo (1953) y los largos de ficción La ciudad perdida (1955), curiosísima, y La gata (1956); todo ello en un tiempo tan poco propicio para que las mujeres se desempeñaran profesionalmente fuera de los estrechos límites del hogar, como fue la dura postguerra de los años cincuenta.
Cuando Pilar y Josefina eran “las” directoras españolas
Tenemos ya que llegar hasta los años setenta para encontrarnos a las dos mujeres que durante bastantes años fueron las directoras de cine españolas por antonomasia, con escasa compañía de sus colegas de sexo: hablamos de la madrileña Pilar Miró, que fue desde luego “la” directora de cine por excelencia desde los años setenta a los noventa, aunque su carrera se inició como realizadora televisiva en los sesenta, dentro de la entonces única televisión del país, TVE, para la que puso en escena especialmente numerosos dramáticos. Con ella se hizo evidente, para los que no habían sabido o querido verlo hasta entonces, que las mujeres no solo podían dirigir alguna o algunas películas de forma episódica o circunstancial, sino que eran perfectamente capaces de desarrollar una carrera autoral como sus colegas varones (con frecuencia, por encima de algunos, o muchos de ellos, meros pegaplanos sin personalidad ni casi oficio); así, los títulos cinematográficos de interés menudean en su carrera: El crimen de Cuenca, Gary Cooper que estás en los cielos, Werther, El pájaro de la felicidad, Beltenebros, El perro del hortelano... su precoz muerte nos impidió gozar de otras películas que hubieran podido reafirmar el talento de esta cineasta ciertamente única, que además se desempeñó con éxito también como dirigente en la periferia de la política, tanto como Directora General de Cinematografía (su Ley del Cine fue el primer motor para que arrancara con fuerza un cine español de calidad, tras agostarse el llamado Nuevo Cine Español) como Directora General de RTVE, cargo este último del que salió escaldada por una de esas canallescas traiciones consustanciales a la lucha barriobajera tan habitual en esa ocupación, la del político, con tanta frecuencia alejada de la figura del servidor público.
A su lado, el caso de la cordobesa Josefina Molina es parecido aunque su repercusión social entendemos fue inferior: también fogueada en televisión en los sesenta, en numerosos teleteatros de TVE, su carrera cinematográfica, no demasiado extensa, es sin embargo intensa, y abarca de los años setenta a los noventa, con títulos señeros de la época como Función de noche, Esquilache, Lo más natural y La Lola se va a los puertos, además de un extraordinario retrato de la exquisita poeta, fundadora de las Carmelitas Descalzas y santa de Ávila, en la miniserie televisiva Teresa de Jesús.
Tras ellas, ya en los años ochenta, empezarían a llegar algunos nombres de mujeres que fueron ensanchando el número de féminas tras las cámaras. Es el caso de la alicantina Cecilia Bartolomé, con algunos títulos relevantes como el díptico Después de... (rodado de consuno con su hermano José Juan) y Lejos de África, pero sobre todo de la catalana Isabel Coixet, con una larga carrera que se inicia en los años ochenta y que en nuestros días, afortunadamente continúa, con títulos ciertamente notables como A los que aman, Mi vida sin mí, La vida secreta de las palabras, Elegy o La librería, consolidándose como uno de los nombres más solventes y seguros de la cinematografía española, con una filmografía ampliamente premiada y abriéndose también a la producción no solo de sus propias películas, sino también de otros jóvenes valores.
Los años noventa, el aviso de la gran eclosión
Ya en los noventa se produce una primera explosión, moderada pero explosión a la postre, de directoras de cine en España, estando todas ellas, a día de hoy, en activo, con carreras desiguales pero en general interesantes, y, desde luego, con una cierta continuidad. Es el tiempo en el que empieza a rodar la hasta entonces solo actriz madrileña Icíar Bollaín, convirtiéndose en una cineasta de referencia, con títulos de relieve como Flores de otro mundo, Te doy mis ojos, Mataharis, El olivo, Yuli y Maixabel; también lo hace la madrileña (de ancestros vascos) Gracia Querejeta, autora de sentidos dramas como El último viaje de Robert Rylands, Cuando vuelvas a mi lado, Héctor, 15 años y un día, pero igualmente de comedias como Siete mesas de billar francés y Felices 140; la granadina Chus Gutiérrez, con una versátil carrera que incluye films como Sexo oral, Poniente, Retorno a Hansala o Sin ti no puedo; la sevillana Pilar Távora, autora de un cine muy étnico, muy andaluz, con títulos como Yerma y Madre amadísima; Inés París y Daniela Féjerman, que se iniciaron rodando en comandita films de títulos peculiares como A mi madre le gustan las mujeres y Semen, una historia de amor, para después tomar caminos por separado, la primera con títulos como Miguel y William y La noche que mi madre mató a mi padre (que también era peculiar...), y la segunda con Mamá no enRedes y Alguien que cuide de mí (esta última con codirección de la escritora Elvira Lindo, que se estrena así en esas lides); la canaria Dunia Ayaso, ya fallecida, que dirigió casi siempre en colaboración con Félix Sabroso, con el que hizo films como la comedia petarda Perdona, bonita, pero Lucas me quería a mí, El grito en el cielo, Descongélate y La isla interior; la catalana María Ripoll, con una ecléctica carrera que combina cine romántico, misterio, comedia y drama, en títulos como Lluvia en los zapatos, Utopía, Ahora o nunca y Vivir dos veces; la navarra Ana Díez, que se inició dentro de los márgenes del conflicto etarra con Ander eta Yul, para después ampliar temáticas en títulos como Todo está oscuro, Algunas chicas doblan las piernas cuando hablan y Galíndez; la catalana Mar Targarona, con títulos también de notable eclecticismo, como Abuela de verano, Secuestro, El fotógrafo de Mauthausen y Dos.
Esta decena de directoras que se iniciaron en los años noventa se verá largamente superada por las más de cuatro decenas que lo harán desde principios del siglo XXI. Las glosaremos a lo largo de los siguientes capítulos, como hemos dicho, con una estructura que las agrupará en razón a sus comunidades autónomas de origen, para analizar de qué forma la nueva configuración, muy descentralizada, del estado español, ha contribuido a enriquecer el cine español con otros veneros, otras lenguas, otras sensibilidades.
El lector puede consultar también en Criticalia los siguientes artículos, relacionados con algunas de las cineastas aquí citadas:
--Premio Nacional de Cinematografía 2020: Isabel Coixet (I). La mujer, el amor, el mundo
--Josefina Molina, Premio Nacional de Cinematografía
--Pilar Távora, una personal norma andaluza
Ilustración: Una imagen de Segundo López, aventurero urbano, de Ana Mariscal.
Próximo capítulo: Directoras españolas del siglo XXI: la gran eclosión (II). Andalucía