Son muchas las producciones que han tratado sobre la Segunda Guerra Mundial, no sólo en el aspecto bélico sino también lo son las que dentro de ellas han puesto de manifiesto el horror y el desafuero cometido en los campos de concentración y exterminio nazi.
El fotógrafo de Mauthausen (2018) nos ofrece el drama real de Francesc Boix, un preso comunista catalán, que gracias a su afición por la fotografía y conocimientos de la misma, lo mandaron a trabajar en el laboratorio fotográfico del campo de concentración y exterminio de Mauthausen, donde acabó un grupo de más de siete mil españoles, entre ellos este republicano, que había escapado de la Guerra Civil española a Francia, donde tuvo peor suerte al ser capturado por las tropas alemanas. Boix arriesgó su vida al idear un peligroso plan para la evasión de miles de negativos, que los germanos pretendían destruir cuando estaban a punto de perder la guerra, con la ayuda de un grupo de prisiones españoles que formaban una organización clandestina, con la que intentaban plantarle cara al nazismo.
Pretendían demostrar al mundo la siniestra actividad de la maquinaria de exterminio nazi, las atrocidades cometidas por los militares alemanes de las SS en el infierno del campo austriaco, con el documento palpable de las fotografías, de lo contrario nadie creería lo que allí sucedió.
Boix se convirtió en víctima pero también en un héroe y un testigo privilegiado del holocausto y de ese horror que, por mucho que se haya visto en películas anteriores, siempre sorprende por la brutalidad de los hechos que se muestran de esa lamentable realidad del Tercer Reich en este y en otros campos de prisioneros similares. El film nos muestra la humanidad de sus protagonistas, divididos moralmente entre el heroísmo y la supervivencia, y nos invita a reflexionar sobre el poder y el valor que se puede obtener del uso de las imágenes.
El guion está basado en esos hechos, escrito por Alfred Pérez-Fargas y Roger Danés, que cuenta la historia de este fotógrafo preso en Mauthausen que consiguió sacar esos negativos que muestran toda la crueldad de un sistema tan perverso. Las fotografías fueron determinantes para demostrar el horror de lo que allí sucedió y para condenar a altos cargos de genocidas nazis en los célebres juicios de Núremberg que se celebraron en 1946, en cuyos procesos él fue el único español que asistió como testigo. En los créditos finales se pueden ver imágenes reales de los protagonistas.
Cinta interesante por el tema que toca, realizada con precariedad de medios, pese a lo cual consigue una estupenda ambientación, gracias también a la fotografía de Aitor Mantxola, que debido a la abundancia de los colores grises de los uniformes de los presos y los militares hay momentos en que parece estar tomada en blanco y negro.
Mario Casas, sin olvidar sus tics, hace un gran esfuerzo, dejando de ser el galán habitual para interpretar al duro personaje que esta vez le ha tocado en suerte, que está bien acompañado por el resto de actores españoles y alemanes que componen su reparto en el que aparecen únicamente tres mujeres, una de ellas Macarena Gómez, y todas en un breve papel.
Es una lástima que el guion sea tan plano y falto de haberle dado más fuerza desde la dirección, pese a las duras escenas que muestra, pero sin grandes momentos en los que suba la tensión y el interés, no obstante resulta una crónica bastante aproximada de lo que allí pudo ocurrir.
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