Mira que me cuesta trabajo calificar con un cero patatero a una película española. Pues con esta infumable “La herencia Valdemar” me han dado ganas de inventar la calificación “menos uno”… Y es que el cine español sigue haciendo méritos para entrar en el Libro Guinness de los Records, modalidad disparates en celuloide. Ahora se trata de hacer una película, remotamente (remotísimamente…) inspirada en algunos de los relatos de H.P. Lovecraft, citándose algunas de las invenciones del atormentado escritor de Providence, como Dunwich (cfr. “El horror de Dunwich”), y algunos de los tópicos imaginados por los escritores del Kalem Club que dirigía, hieráticamente, el bueno de Howard Philips L.
Pero una cosa es inspirarse, y otra que el resultado no tenga ni media guantá. “La herencia Valdemar” es, en realidad, un díptico (¡cielos, nos amenazan con más de lo mismo!), siendo este primero una toma de posición sobre una fantasmagórica mansión que ha de ser valorada por la tasadora de turno, a efectos de una posible enajenación; pero la susodicha habrá de salir por piernas ante la aparición de un monstruito con reuma que parece un nieto lejano de las momias de Egipto. A partir de ahí, y de la aparición de un detective privado contratado para esclarecer la desaparición de la tasadora, conoceremos a la enigmática (eso quisiera ella…) presidenta de la fundación propietaria de la casa encantada, quien contará al sabueso la historia de la maldición de la casona durante el siglo XIX, con pareja que se quiere muchísimo, que tiene un hogar de acogida para huérfanos, y al que la veleidad del destino pone en el camino de un pérfido tipo que abre, literalmente, la puerta del infierno en el salón de la casa de la pareja de memos.
“Stupendo”, como diría Forges: viva la originalidad, vivan los argumentos novedosos y vida la madre que te parió… En serio, estamos ante una de las peores películas españolas que recuerdo en mucho tiempo (y la competencia es dura en este terreno…): el guión es de pena, los diálogos, propios de alumnos de Primero, pero no del curso de Guión, sino de Primero de Primaria…; la interpretación es lamentable, con los actores diciendo sus acartonados diálogos como Dios les dio a entender, sorprendiendo que la sutilísima Laia Marull (recuérdese su matizado trabajo en “Te doy mis ojos”) esté aquí penosa; la ambientación, es cierto, parece costeada, pero a estas alturas eso no es mérito alguno. En todo caso, es un agravante, porque se supone que tantas localizaciones de época, decorados, atrezzo históricos, carruajes y semovientes, además de un reparto internacional y de buena planta, son los culpables de que esta bosta de vaca se haya ido a 13 millones de euros de presupuesto, un disparate que no se amortizará en cines hasta que no nieve en el desierto del Kalahari.
José Luis Alemán, el responsable último del desaguisado, no sólo por ser el director, sino también por haber conseguido, como productor, que alguien haya empeñado semejante cantidad de dinero en este despropósito, procede del mundo de la publicidad, aunque, la verdad, no se le nota. Y es que entre los publicitarios hay mucha gente de talento, capaces de sintetizar en veinte segundos una idea creativa y que, encima, el público hasta compre el producto anunciado…
Nota a pie de página: no se entiende bien por qué la mansión (y la película) se llaman Valdemar; se supone que procede del inquietante, sobrecogedor relato de Poe, “La verdad sobre el señor Valdemar”; si es así, ya han tomado en vano dos grandes nombres de la literatura, los de Edgar Allan Poe y Howard Phillips Lovecraft: otro pleno al quince…
La herencia Valdemar -
by Enrique Colmena,
Jan 26, 2010
0 /
5 stars
No tomar el nombre de Lovecraft en vano
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