En Noruega, principal país productor de esta endeble “La joven de las naranjas”, a lo mejor es un éxito este cuento de hadas, esta marcianada sobre un joven que encuentra el amor en una misteriosa chica (siempre vestida con el mismo traje rojo: la pobre, estaba cortita de vestuario…) cuya seña de identidad más evidente es que siempre va por su ciudad, Oslo, con un paquetón de naranjas tremendo (debe ser de lo más normal en aquellos lares, ¿no?). Disparates de guión aparte, uno no entiende cuál es el fin de este pastelito, como no sea fomentar el turismo escandinavo hacia Sevilla, ciudad que, ciertamente, sale muy bella, muy de postal, con todos sus monumentos, sin faltar uno, y con todos sus tópicos, sin faltar la juerga flamenca. La pareja protagonista se permite hasta echar un polvo en pleno parque de María Luisa…
Pero para el espectador español, no digamos andaluz, y no digamos sevillano, esta “La joven de las naranjas” es una majadería como la cola de un piano, una tontería con sobredosis de azúcar no apta para diabéticos, que supuestamente juega con conceptos como la recuperación de la figura del padre, la llegada a la madurez mental desde la mentecatez adolescente, etcétera. Pero eso sólo supuestamente; lo que realmente interesa a la directora Eva Dahr, a lo que se ve, es poner en imágenes, a su cursi manera, una ciudad tan bonita como Sevilla, como paisaje de un cuento de hadas tan repipi que ni los niños de corta edad hodiernos lo soportarían.
La joven de las naranjas -
by Enrique Colmena,
Nov 11, 2009
1 /
5 stars
Pastelito de postalitas
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