La legión invencible

A finales de los años cuarenta John Ford se encontraba en pleno apogeo creativo. Desde 1939, con La diligencia y El joven Lincoln, el cineasta norteamericano de origen irlandés, ciertamente, estaba ya en su plenitud creativa, pero es a partir de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta en los que sus películas se cuentan, prácticamente, por obras maestras, o al menos como magníficos films. Es el caso: La legión invencible es, en buena medida, un compendio de los temas, los conceptos, las historias fordianas: está la camaradería, los valores “masculinos” (esto hoy día suena más bien raro, pero en su momento tenía total vigencia, en una sociedad ambiental y ontológicamente machista), el papel de la mujer como complemento del hombre, al que sin embargo desarbola y juega con él como quiere, el valor como medida de todo, la heroicidad, el sentido de la aventura, la dignidad, el sentido del deber, el camino como forma de evolucionar... también, quizá por primera vez en Ford, hay un aliento de melancolía en el viejo militar que se retira y que siente que todo su mundo se derrumba. Además de una depuradísima puesta en escena, donde cada plano es el que es y es imposible que se pudiera hacer otro mejor, en un cineasta, John Ford, que era ya un maestro en el fondo y en la forma.

La legión invencible se ambienta en la década de los setenta del siglo XIX. El teniente coronel Custer y su Séptimo de Caballería acababan de ser masacrados en la batalla de Little Bighorn por las fuerzas indias comandadas por Caballo Loco. En ese contexto, el capitán Brittles está a punto de jubilarse del ejército, pero antes tiene que acometer una última y peligrosa misión, escoltar a dos mujeres (la esposa del capitán y su sobrina) hasta territorio seguro; esa misión le impedirá, sin embargo, combatir eficazmente a los indios, dado que no quiere poner en riesgo la vida de las féminas...

Ritmo narrativo impecable, con las constantes fordianas ya citadas, en una película que ciertamente en lo social y en las costumbres reflejadas ha quedado periclitada por el paso del tiempo, pero que hay que ver con la mirada de su época para entender este universo de rígidas formalidades, de valores ancestrales sobre los que no había duda alguna, de roles que entonces parecían imposibles de cambiar.

El título español se corresponde con el tono triunfalista, hiperbólico, de la época, en especial en la España franquista, porque precisamente la historia que se nos cuenta nada tiene que ver con lo que viene a significar La legión invencible; justamente de lo que se habla es de la imposibilidad del regimiento del capitán Brittles de entrar en combate por la misión de escolta encomendada. Curiosamente, el título original, que se podría traducir como “Ella usaba un lazo amarillo”, tiene en la España de la segunda década del siglo XXI insospechadas connotaciones, concretamente relacionadas con Cataluña, aunque en aquella época el lazo amarillo significaba que la doncella en cuestión amaba a un miembro de la Caballería de los Estados Unidos...

John Wayne, como siempre, hace su personaje habitual, sea cual sea su nombre y sus características; también como siempre, llena la pantalla y es imposible desviar la mirada cuando él la ocupa: no era un gran actor, pero era el carisma en estado puro. Aquí está artificialmente avejentado con afeites y maquillajes, para parecer que tenía al menos diez o quince años más de los 42 que realmente tenía en esas fechas. Del resto citaremos a Victor McLaglen, uno de los estupendos secundarios habituales de Ford, que aquí pone la nota cómica, que en el cine fordiano era a veces casi tan importante como la aventurera o la dramática.  El film consiguió un Oscar a la Mejor Fotografía para Winton C. Coach.