Pedro Masó comenzó como guionista, a mediados de los años cincuenta, y pronto empezó también a desempeñarse como productor; Masó era un tipo listo, incluso inteligente, y sabía que el dinero en el cine, donde realmente se gana (o se pierde: es una profesión de alto riesgo económico...) es en la producción. Siempre tuvo un excelente olfato para saber por dónde iban los gustos del público, y cuando a partir de los años setenta se decidió a dar el paso a la dirección, su cine como realizador siempre se caracterizó por estar enfocado fundamentalmente hacia las grandes masas, hacia el público medio que (entonces) llenaba las salas. Tras un par de títulos que coquetearon con el folclore y el cosmopolitismo algo casposo en un mismo paquete (qué, si no, es esa cosa titulada Las ibéricas F.C.), Masó supo ver que el espectador español quería ver ya otros temas que no fueran los de siempre del cine del franquismo.
Así surge Experiencia prematrimonial (1972), que será un estrepitoso éxito económico, y abre la veta para el cine con connotaciones sexuales, que para la época (Franco aún no había muerto, estábamos en lo que la Historia conoce como el tardofranquismo, la censura seguía enhiesta, aunque empezaba a abrir un poco la mano) era todo un reto. De esta forma Masó dirige una serie de productos muy comerciales, siempre con temas un tanto escabrosos, aunque siempre también con una evidente pátina conservadora: Una chica y un señor (1974), Un hombre como los demás (1974), Las adolescentes (1975), La menor (1976)...
A finales de los años setenta Masó intenta un más difícil todavía: rueda La miel, que se reputa una complicada mixtura entre el cine que la Historia conoce como landismo (sin Landa, pero con López Vázquez, que también hizo mucho cine de ese estilo) y la elegante comedia romántica norteamericana. Aunque contó con el concurso de Rafael Azcona, uno de los mejores guionistas que ha dado el cine español, el resultado no fue precisamente brillante, aunque, desde luego, se despega de la habitual cutrez típica de la comedieta española de la época, la astracanada que por aquel entonces perpetraban con fruición Mariano Ozores y cineastas similares.
Un profesor maduro, sexualmente muy reprimido, se encontrará con una libidinosa y sensual mamá que le requiere para que encauce al golfete de su hijo. El maestro accederá a la petición de la bella, mayormente para poder estar cerca de la mujer, aunque tenga que soportar al más bien inaguantable niño.
Protagoniza Jane Birkin, la andrógina musa de toda una generación, inolvidable en films como Blow-up (1966), de Antonioni, pero también en canciones como la famosísima, sensual Je t'aime moi non plus. José Luis López Vázquez está espléndido, como siempre, y descuella también la presencia infantil de un Jorge Sanz que después sería un firme valor de la interpretación cinematográfica española, y que en esta película realizó su debut.
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