Una pareja de recién casados llega a un caserón propiedad del marido. La joven desposada, Susan, siente miedo ante el momento de perder la virginidad, lo que por fin sucede sin que le reporte placer sino dolor. Desde ese momento recelará del marido. La joven empieza a ver fugaces apariciones de una mujer de belleza fría y hierática; por boca de su marido conocerá la existencia de una antepasada de la familia, Mircalla Karstein, que mató a su esposo en la noche de bodas, tras lo que se dice se convirtió en vampiresa…
La ya entonces apreciable tolerancia de la Censura no puso barreras, al menos en cuanto a la versión internacional, a la cuarta película de Aranda, la no muy apreciada por la crítica La novia ensangrentada, cuando realmente significa un repertorio completísimo de algunas de las constantes que desarrollará el cineasta catalán, fundamentalmente un surtido muestrario de las variantes que permiten sexo y crueldad. El tema central sobre el que gira la historia de La novia... es el llamado complejo de Judith, la resistencia agresiva de las vírgenes a perder el himen, un rechazo/deseo que, según los expertos, es consustancial a las doncellas. Alrededor de ese punto central, y apoyándose en el fascinante relato Carmilla, de Sheridan Le Fanu, Aranda traza una compleja tela de araña en la que se verán cazados Susan y su marido, recién casados, cuando aparece la extraña Carmilla/Mircalla. Ésta sería entonces una personificación del complejo de Judith, la encarnación en carne y hueso del rechazo de la mujer a perder su virginidad. El vampirismo servirá para dar un nexo coherente a sexo y crueldad. La película está repleta de referencias sexuales inequívocas, que Aranda apenas si deja veladas en algunas ocasiones, cuando no le es posible ir más allá.
Conviene subrayar el carácter casi de manifiesto lésbico que supone la película, con varias escenas que caminan en ese sentido. Así, el criado del marido relata a éste que ha visto a Carmilla mordiendo a Susan en el bosque, y que ambas "aullaban como animales en celo". Por otro lado, la vampiresa, en el ritual anti-macho al que somete a su amada en el templo profanado, le dice "buscar con quien compartir tu éxtasis, única forma de amor para ti y para mí".
Pero también es conveniente citar la profusión de escenas de corte sadomasoquista, que encajan a la perfección en este festival de sangre y sexo: así, como una declaración de principios sobre el sadomaso, se pone en boca de la hija de los guardeses, una adolescente de turbadora apariencia lolitesca, una reveladora pregunta, no precisamente ingenua, a su joven ama: "¿a ti te gusta que te hagan daño?".
Vicente Aranda es, a partir de esta película, un cineasta claramente preocupado por crueldad y sexo. Sus obras ya no se apartarán de esos senderos, y cada vez más procurará abrir nuevas veredas que avancen audazmente en el terreno movedizo al que voluntariamente se había consagrado. También la obsesión por las mujeres fuertes y el deseo de ser otro tienen cabida en este temprano muestrario de los intereses arandianos. La novia ensangrentada fue calificada muy a la ligera por cierta crítica como un filme de terror sin mayor interés, cuando es una incursión en el cine de género que, como ocurre invariablemente en el director barcelonés, infringe todos los convencionalismos genéricos para llevarse las temáticas clásicas a su terreno habitual: así lo hizo siempre, cuando hacía terror lo mismo que cuando rodaba melodramas o policíacos: al final lo que hay es un genuino Aranda, con independencia del género en el que se inscriba, mero accidente en lo que realmente importa.
En el reparto destaca una Maribel Martín que era ideal para el personaje de la esposa virginal, y un Simón Andréu que durante los años setenta fue uno de los actores de referencia del nuevo cine que empezaba a hacerse entonces, al calor de la incipiente democracia. La británica Alexandra Bastedo resultaba muy apropiada para el papel de Carmilla/Mircalla, la vampiresa; en aquellos años estaba muy de moda en Europa gracias a la serie televisiva Los invencibles del Némesis, y durante bastantes años siguió haciendo cine en España, aunque generalmente de poca entidad. El filme cuenta con un elenco técnico de primer nivel: el director de fotografía fue Fernando Arribas, el músico Antonio Pérez Olea y el montador Pablo G. del Amo, un trío de ases.
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