Pelicula:

Esther Williams fue toda una estrella del cine musical, en su vertiente acuática. No en vano fue una relevante componente del equipo de natación sincronizada norteamericano que iba a participar en las Olimpiadas de Helsinki de 1940, pero fueron suspendidas por la Segunda Guerra Mundial. Tras ello, Williams probó suerte en Hollywood, y tras algunos escarceos, consiguió un resonante éxito con Escuela de sirenas (1944), con dirección de George Sidney y suntuosas coreografías pasadas por agua, bajo los auspicios de la poderosa Metro. Ello la convirtió en la estrella por excelencia de ese tipo de musical acuático, en el que seguiría brillando a lo largo de los años cuarenta y principios de los cincuenta, hasta que fue evidente que la fórmula fue agostándose, lo que hizo que probara suerte en el cine dramático. Tras casarse con el también actor Fernando Lamas, abandonó el mundo del espectáculo a instancias de él.

Williams fue una estrella un tanto fugaz, por cuanto su fama propiamente cinematográfica se limitó en buena medida a parte de los años cuarenta y de los cincuenta, pero su popularidad se mantuvo durante muchos años, al ser considerada, y con razón, una de las grandes artistas del musical clásico de Hollywood.

La primera sirena es una de las películas de su buena época, a principios de los cincuenta, y es un biopic, el de Annette Kellerman, una mujer que llegaría a ser una gran nadadora y estrella del primer Hollywood, pero cuyos inicios, desde luego, no parecían apuntar, ni de lejos, por esas posibilidades. El film se inicia en 1900, en Sidney, Australia. Conocemos a la niña Annette, aquejada de polio, lo que le impide bailar con sus amigas; el padre, que tiene una academia de música, la consuela y le habla del poder sanador de la música. La niña descubre que es feliz nadando en una laguna cercana, y con ese ejercicio constante consigue redimir los problemas de la polio, y además se convierte en deportista de élite en su país, ganando carreras de natación. Ya de adulta, sigue ganando competiciones, pero el padre le dice que tienen que cerrar el conservatorio de música porque están en la ruina, y marchan a Londres, donde el progenitor espera dar clases de su especialidad. En el viaje conocen a un tipo peculiar, Sullivan, que viaja con un amigo y un canguro (sic), que propicia algunas situaciones cómicas (en plan “slapstick”, puro humor físico). Sullivan, que evidentemente tiene mucha jeta, se ofrece a ser su agente; aunque en principio lo rechazan, ya en Londres, con graves problemas económicos, aceptan la oferta de éste, que se propone llamar la atención sobre las portentosas cualidades natatorias de Annette con una hazaña nunca vista, una travesía a nado por el Támesis durante más de veinte millas…

El problema de los biopics, como ya sabemos, es que generalmente suelen convertirse más en hagiografías, en vidas de santos (religiosos o laicos, tanto da), es decir, crónicas de las hazañas de los biografiados sin mencionar ni de pasada sus posibles puntos oscuros. Esta La primera sirena tiene ese problema, además del de estar dirigida por Mervin LeRoy, que fue un buen profesional de Hollywood (suyas fueron la puesta en escena de películas tan conocidas como Mujercitas -version 1949- y Quo Vadis), pero también un cineasta carente de auténtico talento. Además, había que utilizar el film para el lucimiento de la gran estrella de la Metro, Esther Williams, así que las posibilidades de hacer una buena película eran extremadamente reducidas.

Y así fue, sin que ello quiera decir que La primera sirena carezca de interés, porque sería injusto decirlo. Sus más evidentes virtudes están en la puesta en escena de fastuosos números musicales, todos los cuales tienen lugar sobre o bajo el agua. De la coreografía se encargó nada menos que Busby Berkeley, que fue el inventor de este tipo de bailes submarinos o sobre la superficie acuosa, con cuyas coreos Williams brilló especialmente; el innovador concepto coreográfico de Berkeley, con sus impactantes juegos caleidoscópicos, sus fastuosas “performances”, sus poderosas y complejas escenas acuáticas, son sin duda lo mejor de este film que, sin embargo, en su parte más melodramática, rechina, resulta bastante más endeble.

Porque la historia de Annette Kellerman es también la de su tormentosa relación amorosa con Sullivan, que fuera su representante y también su amado, pero cuya actitud desconsiderada y fuertemente restrictiva hacia la libertad personal de la nadadora (que después incluso tuvo una apreciable carrera como actriz en Hollywood, como involuntaria precursora de la propia Esther Williams) causaría la ruptura entre ambos. Sullivan, un tipo que vivía permanentemente sobre el alambre, un pícaro descerebrado que buscaba forrarse en poco tiempo con ideas estrambóticas (lo que nunca conseguía, claro…), encontró un insospechado grial con esta chica de portentosas cualidades natatorias, a la que sin embargo no supo tratar, lo que estuvo a punto de dar al traste con una auténtica, genuina historia de amor.

Pero en el debe del film, conforme a la (im)personalidad de LeRoy, habrá que apuntar su acartonamiento, su ñoñería, su envaramiento, una aplicada puesta en escena que carece de creatividad, más allá de contarnos más o menos correctamente la vida y milagros de esta nadadora y actriz; el hecho de que Williams hiciera su biopic parecía cantado, dado que las existencias artísticas de ambas fueron en buena medida paralelas. Pero el estilo de Mervin era el que era, muy encorsetado, ganándose a pulso el apelativo de artesano con el que los críticos solemos llamar (no sin cierta displicencia, es cierto…) a estos profesionales correctos pero sin un ápice de imaginación artística.

Es curioso porque las pelis de Esther Williams, sobre todo por las coreos de Berkeley, siempre tenían un poco (o un mucho…) de la natación sincronizada de la que ella fue destacada ejecutora: no pudo conseguir medallas en las Olimpiadas, pero a cambio de ello se ganó la vida, y muy bien, realizando números musicales claramente emparentados con aquella disciplina que confirió carácter a su trayectoria profesional. 

Williams, por supuesto, es ideal para el personaje: nadie podría haberlo interpretado mejor; Esther no era una gran actriz, pero sí tenía un indudable carisma, una luminosidad, que sabía utilizar con inteligencia: ella es, esencialmente, la película. Victor Mature nos parece un error de casting: aparte de que siempre fue un soso, aquí tiene que sonreír con frecuencia, sobre todo en la primera parte, cuando es un vivalavirgen de ideas estrambóticas: y la sonrisa de Mature, nos tememos, provoca más terror que felicidad… Aparte de ello, aparece también ese caballero de la interpretación que fue Walter Pidgeon, siempre admirable, siempre sabiendo qué es lo que hay que hacer exactamente.

(22-07-2025)


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115'

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La primera sirena - by , Jul 22, 2025
2 / 5 stars
Buen musical, endeble melodrama