El postwestern sigue ahí, a pesar de todo. La última muestra, por ahora, de lo que se ha llamado también neowestern, o podríamos denominar western flamígero, es esta La venganza de Jane, cuyo título original podría traducirse algo así como Jane cogió una pistola, que parece bastante mejor y, sobre todo, más ajustado al sentido del filme.
El lejano Oeste americano, en la década de los setenta del siglo XIX. En ese contexto aventurero, en el que todavía campaban por sus respetos las bandas de pistoleros, una mujer vive con su marido y su pequeña hija en una casa en medio del campo. El esposo vuelve malherido, y le advierte de que una banda bien conocida por ellos los busca para matarlos. La mujer entonces tendrá que recurrir a alguien a quien amó, a quien quizá aún ama, para luchar por la supervivencia del marido y de ella misma…
Es curioso que una de las características del postwestern suela ser que parta de esquemas clásicos para después, generalmente, jugar con ellos y adaptarlos a los nuevos tiempos. Así, en esta historia tendremos la fórmula arquetípica de los inocentes que esperan la llegada de los villanos, en absoluta desigualdad numérica (a favor de los malos, claro), que el western clásico explotó con asiduidad, siendo quizá el filme paradigmático Solo ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann, con un magnífico Gary Cooper.
Pero sobre ese esquema de clasicismo se va superponiendo otra historia, otro fundamento, el del amor/odio entre la pareja protagonista, separados por una guerra, un cautiverio, una convicción de la muerte del amado, un intento de rehacer la vida, una desesperación hasta la postración. Los dos tendrán que aunar fuerzas para afrontar el momento más difícil de sus existencias, pero también tendrán que restañar las heridas de una tan larga ausencia, de una tan difícil bifurcación de senderos a la que se vieron compelidos.
Dirige Gavin o’Connor, cuya filmografía incluye varios títulos de interés, como El milagro (2004), Cuestión de honor (2008) o Warrior (2011); aquí consigue un filme robusto, una película del Oeste nimbada de un amor torturado y de una violencia extrema, como por lo demás es habitual en estos tiempos descreídos. El resultado es estimulante, un filme bien narrado, que juega con soltura con una historia en varios tiempos, lo que resuelve mediante flash-backs bien engarzados, y ambientado en paisajes de Nuevo México que tan bien convienen a esta historia polvorienta, de personajes martirizados por la vida, que quizá puedan tener una segunda oportunidad.
Natalie Portman, acaso la mejor actriz norteamericana de su generación, es el alma del filme, no sólo por su presencia al frente del reparto, sino porque se ha sentido tan involucrada en el proyecto que incluso lo coproduce. A su lado, Joel Edgerton se confirma como una de las presencias más estimulantes de los últimos años, un actor que no encaja en los tópicos estereotipos de galán, lo que le facilita encarnar personajes complejos, difíciles, con muchas aristas, como este novio abandonado que, contra toda esperanza, seguirá a su amada por todo el Oeste americano. Edgerton, además, colabora en el guión, confirmando con ello que tiene intereses cinematográficos más allá de colocarse delante de la cámara, como demostró recientemente como director y guionista (además de actor) de la notable El regalo (2015).
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