La ESCAC (acrónimo de la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya) es una ya veterana institución de formación cinematográfica por la que han pasado cineastas de la talla de J.A. Bayona, Kike Maíllo o Mar Coll. Parece claro que sus métodos deben ser muy buenos, porque no cesa de promover nuevos valores, como Elena Trapé, barcelonesa que se graduó en Historia del Arte en la UAB y en cine en la ESCAC. Hace unos años llamó la atención con una rara, osada película titulada Blog (2010); también hizo un interesante documental alrededor de la vida y la obra de Isabel Coixet (que aquí coproduce a través de su productora, Miss Wassabi), Palabras, mapas, secretos y otras cosas (2014), y ahora, con su segundo largometraje de ficción, este Las distancias, nos sorprende agradablemente.
Berlín, en nuestros días. Cuatro jóvenes (Olivia, embarazada de 7 meses; Eloi, que ha vuelto a vivir con sus padres tras dejarlo la novia; Guille y su pareja, Anna), en torno a los 35, han viajado a la ciudad para dar la sorpresa a otro amigo, Comas, que vive en la capital alemana hace tiempo; el motivo del viaje es, teóricamente, felicitarle en persona por su trigésimo quinto cumpleaños. Sin embargo, Comas no parece demasiado feliz de la visita; se muestra taciturno, huraño, aunque intenta contemporizar. Por la noche los varones salen a tomar una copa a la calle, pero Comas, en un momento dado, desaparece...
Las distancias es, quizá antes que nada, un retrato generacional, el de la juventud española (no solo catalana; Olivia no lo es) de nuestro tiempo: educacionalmente muy bien preparada, con frecuencia compelida a salir fuera de España para buscar ocupaciones laborales de calidad, o bien malvivir en nuestro país en condiciones de trabajo precario, inferior a la formación recibida, sin embargo emocionalmente esa juventud sería prácticamente intercambiable con cualquier otra de nuestro tiempo pasado: sus amores frustrados, sus historias pasadas que, inevitablemente, vuelven de nuevo en cuanto tienen ocasión, retratan a una generación tan zarandeada por los problemas sentimentales como cualquier otra, anterior o (cuando llegue) posterior.
El guion es una hermosa filigrana, primorosamente construido, con buenos diálogos, donde nos iremos enterando, con frecuencia tangencialmente, de los problemas casi siempre amorosos, también de amistad, entre estos cinco personajes azotados por sus pasados, por sus interrelaciones: la embarazada que quizá tenía otras secretas motivaciones para visitar a su antiguo amigo, que fue también algo más que eso; el visitado, estragado por un sentimiento que no puede, no sabe quitarse de la cabeza; el arrogante, que concibe la amistad como una forma de atropellar al amigo, finalmente un pobre diablo, cobarde y cutre; el pagafantas, que tiene pena de sí mismo pero a la vez la lucidez suficiente para contemplar las miserias de los demás.
Todo está dado con realismo, con sabor a verdad, con estos cinco personajes moviéndose, emocionalmente convulsos, en un Berlín afortunadamente anglófono; Elena Trapé utiliza con nervio la cámara en mano solo en las circunstancias adecuadas, como en la defección de Comas, un largo “travelling” con plano de nuca que cobrará todo su sentido cuando conozcamos, como al desgaire, su motivo. Tiene muy bien criterio al filmar, buscando el naturalismo, un cierto toque sucio, una sensación de verismo, de cala de la realidad.
Gusta la naturalidad con la que los personajes se expresan alternativamente en español y catalán, incluso en roles no catalanoparlantes, como el de Olivia, recordando aquella película de Manoel de Oliveira, Una película hablada (2003), en la que los personajes hablaban, y se entendían, aunque lo hicieran en lenguas diversas, como si la Babel bíblica hubiera invertido su sentido y todos los idiomas fueran igualmente inteligibles, se dominen o no. Gusta la forma en la que Trapé y sus coguionistas conducen a sus personajes para que vayan abriéndose, descubriendo sus secretos, sus resquemores, para que vayan apareciendo, a veces sin decirlo expresamente, sus inquietudes, sus motivaciones, sus anhelos más ocultos.
Gran trabajo actoral de Alexandra Jiménez, una actriz que siempre está bien y que aquí lo está en grado superlativo. Nos sorprende gratamente Miki Esparbé, generalmente encasillado en papeles cómicos, casi siempre de amigo carajote del protagonista, aquí en un personaje encerrado en sí mismo, en su pena absoluta. Bien el resto, con un Isak Férriz que hace odioso su rol, como le pedía el guion, uno de esos tipos que no concibe vivir si no es pisando al prójimo, aunque este sea alguien por el que supuestamente siente afecto, quizá amor.
La película ganó, con todo merecimiento, la Biznaga de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cine Español de Málaga, donde, además, Elena Trapé obtuvo la Biznaga de Plata a la Mejor Dirección y Alexandra Jiménez la correspondiente a Mejor Actriz.
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