El teatro quizá fue el primer afluente del cine. Antes de que el que sería conocido décadas más tarde como el Séptimo Arte tuviera conciencia de sí mismo, los primeros cineastas, que tampoco tenían idea de que lo eran, tiraron de obras teatrales para representarlas ante la cámara del nuevo invento. Queremos decir que no hay que rasgarse las vestiduras porque una obra de teatro se lleve al cine, y además haga gala de ello. Entre otras cosas porque Lars Von Trier ya nos enseñó, en su díptico formado por Dogville (2003) y Manderlay (2005), que el teatro más teatro puede ser a la vez puro cine.
Las heridas del viento es un drama teatral escrito por el dramaturgo, director de escena, actor, guionista de cine y televisión, y director de cine Juan Carlos Rubio, un montillano que ha alcanzado el medio siglo cuando se escriben estas líneas, y que tiene tras de sí ya una larga y en buena medida brillante carrera en todas esas facetas. Este drama teatral ha tenido una dilatada trayectoria en todo el mundo, y casi veinte años después de su primera representación, quizá consciente de su vigencia, Rubio ha llevado a la pantalla grande su propia obra.
Como decíamos al principio, lejos de resultar chirriante el hecho de que sea un film con una vocación evidentemente teatralizante (incluso se permite, en una de las fases de la película, descorrer el telón que nos ocultaba la cuarta pared del teatro, con un patio de butacas vacío que será el fondo desnudo en el que se recortarán los intérpretes), el hecho mismo de esa teatralidad se vuelve a su favor por un tratamiento muy cinematográfico, con una bellísima, muy contrastada fotografía en blanco y negro de Roberto Fernández, con un excelente uso del primer plano (esa imposibilidad metafísica para el teatro), con un movimiento de cámara ágil, con un uso de recursos cinematográficos (panorámica, travelling) moderado pero ajustado a las necesidades de la historia que se nos cuenta.
El film se ambienta en nuestros días: David, un treintañero cercano a los cuarenta, está ayudando a sus hermanos a desmontar la casa, una vez que su padre ha fallecido. En esa tarea el hombre, el mediano de tres hermanos, en el despacho presidido por un escritorio de sándalo que es, a la vez, metáfora de la rígida, conservadora personalidad de su padre, se encuentra un cofre con una serie de cartas dirigidas a su progenitor, cargadas de pasión y deseo, que resultan estar firmadas por un hombre, Juan. Extrañado de que su padre, un hombre tradicional y metódico, al parecer carente de cualquier tipo de emociones, hubiera podido tener una tórrida relación con otro varón, David decide conectar con Juan para hablar con él…
Las heridas del viento resulta ser entonces un brillante experimento con los ropajes del teatro pero con una estética y una puesta en escena plenamente cinematográficas, con una innovadora narración, a la vez contada y representada, jugando con ello con otro de los estilemas propios del teatro pero llevándolo al terreno del puro cine. A todo ello ayudan tanto los espléndidos diálogos de Rubio como su acertada declamación por los intérpretes, un Daniel Muriel muy metido en su papel, pero sobre todo por una absolutamente extraordinaria Kiti Mánver, en un personaje de hombre que la actriz malagueña resuelve con una pasmosa facilidad, en un trabajo ciertamente difícil de olvidar.
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