Hemos visto historias del Holocausto de toda laya: desde la fastuosa superproducción spielbergiana de “La lista de Schindler” o la perspectiva europea de Polanski en “El pianista” a la epidérmicamente cómica, pero finalmente tan dramática, de Roberto Benigni en “La vida es bella”, o la implicación de un cura de a pie, en contra de la postura temerosa de la curia romana, en el “Amén” de Costa-Gavras. Eso por citar sólo cuatro títulos harto conocidos del espectador hodierno. Pero es cierto que, casi siempre, las películas sobre el Holocausto tienen un mismo problema: impactando como lo hacen, porque su temática es aberrante, la de un régimen, y unos hombres, que cometieron felonías sin nombre sobre otros seres humanos, lo cierto es que en casi todas ellas hay una sensación de “recreación”, de impostura que, finalmente, nos hace recordar que estamos ante una película. Por el contrario, esta “Los falsificadores” (justo Oscar a la Mejor Película Extranjera, sea dicho de paso), sin ser la octava maravilla (el Spielberg y el Polanski citados, cinematográficamente hablando, son muy superiores), sí es cierto que produce en el espectador una sensación de verosimilitud, de realismo, sin ser, ni pretender ser, un falso documental, que deja un raro poso amargo en la boca.
Veamos: la historia es real, y eso empieza a poner un punto de verismo en la mente del público; no estamos ante la crónica del gaseamiento o aniquilación de seres anónimos (siendo ello tan terrible como si tuvieran nombre, sin duda), por lo que la identificación del espectador con los verídicos protagonistas resulta superior a otros casos; por otro lado, la escenografía es premeditadamente cutre; aquí no hay miseria de diseño, sino miseria, a secas; la utilización de actores, o figurantes, de extrema delgadez, con rostros angulosos tal vez estragados por la anorexia, fundamentalmente para interpretar los presos que no tuvieron la (relativa) suerte de pertenecer a este equipo de falsificadores para el régimen nazi, otorga al campo de concentración la indudable sordidez que debieron tener Auschwitz, Treblinka, el propio Sachsenhausen en el que se ambienta esta historia. La fotografía, que trabaja casi exclusivamente con una paleta de blancos sucios, negros, marrones y grises, sólo rota por la visita del judío protagonista a la lujosa mansión de su carcelero o por la intermitente aparición de la sangre (siempre en el mismo bando…), aporta también esa sensación de atroz realismo que recuerda al espectador que lo que está viendo no es sino una traslación tan veraz de hechos que sucedieron no hace ni siquiera setenta años, y que aún hay personas vivas en el mundo que los sufrieron; peor aún, que los infligieron…
“Los falsificadores”, así las cosas, no es una gran película, pero es una película necesaria. Su tema, además de la denuncia (nunca excesiva, por muchos filmes que se hayan hecho sobre el Holocausto), es el de la perenne batalla entre el pragmatismo y el idealismo, sobre la necesidad de sobrevivir a toda costa cuando una abominación como el nazismo se enseñorea del mundo, pero también de no perder el norte de que hay límites que no se pueden traspasar, so pena de convertirse en colaborador necesario de crímenes de lesa humanidad. Habrá que poner también en el haber de su director, el austriaco Stefan Ruzowitzky, que esa pugna sorda entre realismo y utopía no esté presentada con el habitual lirismo partidista sobre la última de ellas: el cine tiene siempre cierta tendencia a apostar descaradamente por las posturas idealistas, postergando e incluso vejando las que se quedan más apegadas al terreno. Afortunadamente, no es el caso, siendo tanto más encomiable cuanto que el texto sobre el que se basa la película es original, precisamente, del idealista que tomó parte en aquella lucha incruenta (entre ellos) en la “jaula de oro” de Sachsenhausen, donde un grupo de judíos con habilidades en las artes gráficas fueron compelidos por las SS a falsificar a gran escala papel moneda inglés y norteamericano. Su suave sabotaje en el segundo caso ayudó a que la guerra no tomara otro cauce; el hecho de que ello se hiciera combinando admirablemente la postura pragmática del jefe del grupo y la idealista del político de ese mismo conjunto de falsificadores, no deja de ser la confirmación de que el ser humano, en condiciones extremas, es capaz de conseguir resultados generalmente imposibles.
Los falsificadores -
by Enrique Colmena,
Mar 20, 2008
3 /
5 stars
Algo amargo en la boca
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