El cine clásico norteamericano, el más grande que haya existido y probablemente existirá jamás, el de los años treinta, cuarenta y cincuenta, con algunos estrambotes en los sesenta, se cimentó, además de en los grandes nombres que están en la mente de todos, en una serie de estupendos profesionales de segunda línea que fueron capaces de hacer cine rápido y bueno, moviéndose bien en todos los géneros y formando una tupida red de films bien hechos, entretenidos, de gran amenidad y no exentos de interés cinematográfico.
Uno de esos buenos profesionales, que no estará en ninguna Historia del Cine como un maestro indiscutible, pero sí como uno de los que forjaron la mejor etapa del cine USA, por ende del cine mundial, fue Gordon Douglas, un neoyorquino que hizo de todo en Hollywood, empezando como niño actor, siendo después escritor de gags y guiones, para terminar siendo un reputado artesano en la dirección cinematográfica, en la que cultivó todos los géneros, consiguiendo notables films como el fantaterror La humanidad en peligro (1954), el thriller bélico Infierno bajo las aguas (1959) y, sobre todo, el policíaco El detective (1968), con Frank Sinatra, que se puede considerar sin duda su obra maestra.
Los forajidos de Río Bravo fue un western realizado dos años después de aquel estupendo policíaco, y ciertamente se puede decir que no estuvo a esa misma altura. Y es que parece que Douglas funcionaba mejor en el género negro, en ambientes sórdidos como los retratados en aquel film, antes que en el género del western, donde se ambienta y localiza la película que comentamos.
Narra una historia muy en la línea del género clásico, del western de siempre: una banda de forajidos huye, con su sanguinario líder a la cabeza, tras dar un golpe que ha conllevado una horrible matanza; para conseguir su propósito, habrán de vadear un caudaloso río que les impide la huida, pero el barquero no está por la labor de facilitarles la tarea. El enfrentamiento, aunque desigual, será inevitable...
Aunque es un western teóricamente de hechuras clásicas, rodado en Estados Unidos (en Colorado y Arizona, fundamentalmente), es evidente que está ya contaminado por el virus del espagueti-western, y la tentación por el grandguignol típico del sucedáneo hispano-italiano se hace sentir. Con todo, no es un film despreciable, ni mucho menos, y se deja ver con agrado. A ello contribuye un interesante reparto con algunos buenos “duros” de la época, singularmente el rostro anguloso de Lee Van Cleef, perito en este tipo de personajes y en el género, así como el peckinpahiano Warren Oates, inolvidable en Quiero la cabeza de Alfredo García.
Como curiosidad, cabe destacar que los distribuidores españoles, a pesar de que el título original estaba en español, Barquero, haciendo alusión con ello a uno de los dos contendientes (el protagonista) que se enfrentan en el film, optaron por retitularlo como Los forajidos de Río Bravo, queriendo hacer un guiño, seguramente ocioso, al memorable, clásico western Río Bravo (1959), de Howard Hawks.
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