Asturias, años treinta. En el balneario de Las Caldas vive Adamina, especie de gobernanta del lugar, con su hija Marián. La dueña, doña Amalia, siente una pasión que a duras penas puede dominar por la mujer, que ésta esquiva en primera instancia dejándose preñar (su marido la ha abandonado años antes) por el santero, una especie de ermitaño loco. Pero la nueva hija resulta subnormal y pronto es encerrada para que nadie la vea. Marián crece con la obsesión de poseer el balneario, símbolo para ella del poder y del dinero. Llega a las termas Martín, un chico con problemas de salud, que pronto es reclutado para su cama por doña Amalia. Marián y Raquel, hija ésta de un matrimonio protestante, se hacen amigas y se enamoran a la vez de Martín. Cuando llega la revolución de Asturias, el chico marcha a la capital a unirse a los rebeldes. A la vuelta se convierte en el amante secreto de Marián, mientras Raquel huye al monte como anarquista...
Los jinetes del alba es la adaptación como miniserie televisiva de cinco capítulos de la novela homónima de Jesús Fernández Santos, sobre unos temas, la Guerra Civil y el movimiento anarquista, tan queridos por Vicente Aranda, que por supuesto incluirá también sus predilectos asuntos relativos a la crueldad, la violencia, la muerte y el sexo.
En el convulso paisaje de la Asturias de los años treinta, Aranda nos narra esta historia de amor, odio, posesión y guerra. Hasta siete relaciones eróticas diferentes más o menos continuadas encontraremos a lo largo de los cinco capítulos de los que se compone la miniserie; así, es probablemente el producto audiovisual de Aranda más abundante en cuanto a los intervinientes en cuestiones amorosas o sexuales.
Los jinetes del alba es una historia de miserias humanas. Fundamentalmente es la crónica de una ambición, la de una niña por conseguir su más anhelado deseo, el control del balneario que supone para ella el culmen de su mundo. Pero es también un rosario de relaciones íntimas de seres muy distintos, todos ellos movidos por razón de la pasión, del placer urgente y rápido, pero también por el sentimiento de amar; es también un crisol de crueldades, vinculadas o no con el sexo, y una visión plenamente de izquierdas de la tormentosa vida política española de los años treinta. En ese sentido, es una de las más paradigmáticas obras arandianas, un poderosísimo collage de sexo, política y crueldad, una taracea casi perfecta sobre la condición humana, la Historia de España y las relaciones de poder, y cómo el sexo influye en ellas.
En el apartado interpretativo brilla el trío protagonista, con una Victoria Abril como siempre excelente, un Jorge Sanz que seguía dando lo mejor de sí cuando trabajaba para Aranda, y una Maribel Verdú también muy entonada. Como es habitual en el cine arandiano, una pléyade de segurísimos secundarios afianzaba el relato de la historia, con gente tan buena como Fernando Guillén, Antonio Iranzo o Conrado San Martín, que repetían con el cineasta barcelonés, o algunos nuevos, como Gloria Muñoz o Nacho Martínez, y también la argentina Graciela Borges, en aquel entonces muy de moda por los films que protagonizó (El infierno tan temido, Pubis angelical, Pobre mariposa, entre otros) para el que entonces era su pareja sentimental, el director Raúl de la Torre.
En el apartado técnico, Aranda contó con los excelentes profesionales habituales en aquella etapa de su carrera: Juan Amorós en la fotografía, José Nieto en la música, su mujer Teresa Font en el montaje.
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