Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) tiene tras de sí una ya bastante apañada filmografía; licenciado en Historia por la Complutense, sus estudios de cine los cursó en la prestigiosa ECAM de Madrid; su primer largo fue 8 citas (2008), codirigido con Peris Romano, y el segundo fue el laureado Stockholm (2013), correalizado con Borja Soler. De por medio Sorogoyen se ha hecho varias series televisivas, como Vida loca y La pecera de Eva, que le han fogueado en el oficio. Así, cuando llegó su primer film en solitario, el thriller Que Dios nos perdone (2016), Rodrigo ya manejaba todos los resortes de la filmación, aunque, en nuestra, opinión un guion con ciertos desajustes impedía que la faena fuera redonda. Sin embargo, con El Reino (2018), Sorogoyen fundió forma y fondo y consiguió una de las mejores películas españolas de los últimos tiempos, ganando 7 Goyas, y convirtiendo al director madrileño en uno de los cineastas de moda. El año anterior había rodado un cortometraje, Madre (2017), hecho en un único plano secuencia de 19 minutos, una escena demoledora que, además de conseguir el Goya al mejor corto, estuvo nominada en esa misma categoría en los Oscar.
Ahora, Sorogoyen retoma el tema de ese percutante corto, lo integra como primera escena de este largometraje, también llamado Madre (2019), y nos cuenta qué pasó con la protagonista de aquel cortometraje tras la tragedia a la que asistimos en directo. Esa primera escena (que, como decimos, se corresponde con el cortometraje ya rodado anteriormente) nos muestra una conversación banal en casa de Elena, que habla despreocupadamente de temas cotidianos con su madre; en un momento dado, su hijo Iván, de 6 años, la llama por el móvil; el chico está con su padre, ex de Elena, en una playa de Francia, pero le dice que su progenitor lo ha dejado solo mientras vuelve a la caravana a por algo olvidado; la madre empieza a ponerse nerviosa cuando se da cuenta de que el niño está solo en una playa vacía, y además el crío le dice que un hombre, “que está haciendo pis”, se acerca... Diez años después, Elena vive en la misma playa francesa donde su hijo desapareció sin dejar rastro; es la encargada de un chiringuito (o como se diga en francés...); un día ve a un chico que, por edad, podría corresponderse con su hijo, y lo sigue...
Tiene Madre la potencia, el vigoroso trazo del cine de Sorogoyen, que se ha especializado, y en qué forma, en rodar con largos planos secuencia en los que los actores y actrices se mueven con desparpajo, con grandes movimientos de cámara en complicadas coreografías perfectamente resueltas, en escenas que van adensándose y dando forma a momentos de inusitada tensión; afortunadamente, la cosa no se queda en un alarde técnico, sino que esa capacidad para rodar escenas muy complejas conviene bien a este tipo de dramas de gran calado. Estamos entonces ante la historia de una obsesión, la de una mujer que, diez años después, no ha podido superar la desaparición de su hijo, aunque aparentemente lo haya hecho: trabaja como encargada en un bar en un país extraño, y se ha emparejado con un paisano, vasco en este caso, con el que tiene una vida más o menos normal. En ese contexto, la aparición de un chico que podría ser o haber sido su hijo, aunque pronto se percata de que no lo es, supondrá un elemento catalizador en su vida. Obsesionado con él, de una forma maternal (aunque otros no lo entiendan así: una mujer de 39 años, un chico de 15... se presta a extraer conclusiones no precisamente bondadosas...), Elena mantendrá una relación difícil de explicar con el muchacho, que a su vez se encuentra muy bien con ella, tampoco sin connotaciones sexuales. Esa extraña relación hará saltar las alarmas en la familia del chico y en la pareja de ella, que no pueden entender qué nexo común hay entre dos personas tan distintas socialmente, tan distantes generacionalmente, una amistad basada en sentimientos erróneos por parte de ambos.
Sorogoyen nos sumerge entonces en el retrato de esta obsesión que acabará siendo de doble dirección, una obsesión que no parece llevar a ninguna parte, si no es a atemperar el dolor inmenso de una mujer rota para siempre. Rodada, como queda dicho, con una fuerza tremenda, es cierto que algunas escenas (el encuentro de Elena con su ex, demasiado alargado, o la secuencia de la mujer en el coche con los muchachos, que parece fuera del tema) podrían haberse aligerado, lo que habría redundado en beneficio del film, algo alargado.
Con todo, Madre es una notable muestra de la capacidad de Sorogoyen para el cine dramático de alto voltaje, una compleja introspección en sentimientos de dolor absoluto, pero también en la posibilidad de que, quizá, alguna vez, pueda empezarse a pasar página, a comenzar de nuevo, aunque el dolor sordo siga ahí para siempre.
Gran trabajo de Marta Nieto, que mereció con toda justicia el premio a la Mejor Actriz en el 16º Festival de Cine Europeo de Sevilla. Del resto nos quedamos con el adolescente Jules Poirier, muy fresco, muy en su papel de chico ambiguamente querido por una mujer madura, un actor todavía neófito pero que entendemos puede tener mucho recorrido.
(19-11-2019)
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