Steven Soderbergh no deja de sorprendernos. Este hombre es capaz de hacer un drama de ciencia-ficción que entra de lleno en la metafísica (Solaris), un divertimento entre la comedia y el thriller (la trilogía iniciada por Ocean’s Eleven), un drama sobre el sexo, o su ausencia (Sexo, mentiras y cintas de vídeo), un biopic de inusitada estética novecentista (Kafka, la verdad oculta), un díptico sobre uno de los más controvertidos y carismáticos personajes del siglo XX (Che, el argentino y Che: Guerrilla), una de catástrofes patológicas (Contagio), entre otras muchas y variadas. De este tema hablábamos ya en nuestro artículo de CRITICALIA titulado El inclasificable Steven Soderbergh.
Pero es que desde entonces su cine sigue siendo igual de ecléctico, aunque me temo que quizá esté perdiendo fuelle. Este Magic Mike parece una buena muestra de ello. Basándose en un relato que se reputa real, sobre un “stripper” que en la Florida de veranos eternos se dedica a su profesión a sueldo de otro, mientras, como buena hormiguita, va guardando los dólares arrugados que las féminas le guardan con frenesí en salvas sean las partes, lo cierto es que este filme de Soderbergh no termina de aclararse de qué vaina va. Parece que habla sobre la posibilidad de mantener a todo trance la dignidad en cualquier tipo de entornos, incluso en este tan peculiar de los “strippers”, ciertamente un fenómeno muy de nuestro tiempo: hace cuarenta años un filme como éste hubiera sido impensable, entre otras cosas porque los clubs de “strip-tease” masculino, sencillamente, no existían, ni siquiera en la disoluta USA; al menos no los clubes a los que las mujeres de toda laya podían acudir sin que se las motejara con algún calificativo peyorativo.
Pero lo cierto es que, si ésa era la intención, hablar de que la dignidad personal y la coherencia deben ser las luces que nos alumbren, cualesquiera que sean los escenarios en los que nos encontremos, el mensaje nos llega confuso e intermitente, más interesado el director, según parece, en las coreografías imposibles de estos cuerpos perfectos, con tantos abdominales que dan asco (envidia cochina, lo reconozco). No ha estado fino esta vez Soderbergh, quizá deseoso de confirmar que él, además de filmes sesudos y serios, también puede rodar historias para alegrar las pajarillas.
Channing Tatum, al frente del reparto, ratifica lo que ya sabíamos de sus dotes interpretativas: que son nulas; sus balbuceos ante la cámara, en lo que podría parecer un remedo paródico del James Dean de Rebelde sin causa, podrían hacerle pasar por un (mal) seguidor del Método, aunque no es el caso. Claro que el nivel del reparto es tan bajo que, al lado de los pipiolos de cabecera, Matthew McConaughey parece, por una vez, el Paul Newman que siempre quiso (y no pudo) ser…
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