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Brian Taylor es un joven director norteamericano que hasta ahora siempre codirigía sus películas con Mark Neveldine; ambos trabajaron en comandita en sus anteriores films, Crank: Veneno en la sangre (2006), Crank: Alto voltaje (2009), ambas películas de acción a mayor gloria de la estrellita del subgénero Jason Statham; Gamer (2009), una distopía que partía de una idea más que curiosa, aunque después su plasmación no fuera especialmente brillante; y Ghost Rider: Espíritu de venganza (2011), secuela de una de superhéroe algo cochambroso, con Nicolas Cage como estrella a la que rendir pleitesía.

Louisville, en Kentucky, en nuestros días. Un buen día de mañana, no se sabe muy bien por qué, los padres y madres dan en intentar matar vesánicamente a sus hijos, en lo que parece una epidemia inexplicable pero que se extiende como la pólvora entre todos los progenitores. Carly es la típica adolescente rebelde, caprichosa, egoísta, imbécil, que habrá de intentar salvar su vida, y la de su hermano pequeño, Joshua, cuando sus padres, Brent y Kendall, también enloquezcan y pretendan pasaportarlos a los dos al otro mundo...

Tiene Taylor buenas ideas, aunque no parece que termine de cuajarlas. Aquí la premisa inicial, que comenzaría con el famoso “¿qué pasaría si...?”, que ha forjado tantas historias, sería: ¿qué pasaría si el amor paternal y maternal desapareciera y solo quedara la frustración, el resquemor, el rencor y el odio que se acumularía en los padres tras tantos años de entrega absoluta a los hijos, hartos de tanto desplante, de tanta rebeldía, de tanto ninguneo, de tanto desprecio como los vástagos (y que se salve el que pueda...) deparan generalmente a sus progenitores? Sin ese amor absoluto, que actúa como freno, como dique infranqueable para otros sentimientos no precisamente positivos hacia los hijos, ¿no podrían adentrarse los padres en una vorágine homicida que buscara insaciablemente eliminar físicamente, y de la forma más brutal posible, a los autores de tanta desconsideración?

La idea es original, aunque, es obvio, fantasiosa, y no digamos ya cuando se le otorga carácter de epidemia. Pero en cine funcionan a veces este tipo de premisas delirantes, sobre todo si no se le da carácter realista sino, como en este caso, se hace en clave de comedia de terror, de negrísima comedia. Así las cosas, Mamá y papá no es que sea nada del otro mundo, porque no lo es, pero al menos, partiendo de su aviesa originalidad, consigue concitar el interés del espectador, atraer su atención y, al menos, mantener durante su escasa hora y media de duración un cierto grado de complicidad con el público. Si este tiene hijos, conocerá de primera mano algunos de los sentimientos (positivos y negativos...) que aquí se explicitan; si no los tiene, se hará alguna cuenta de qué va la cosa...

Película que tiene su mejor baza en su evidente gamberrismo, por supuesto de corte marcadamente comercial, buscando el rendimiento en taquilla sin darle muchas vueltas a otras consideraciones, en todo caso queda la reflexión que late en el fondo del film, la atávica desconsideración de las nuevas generaciones sobre las que las trajeron al mundo, por lo demás algo tan viejo como el ser humano y que, a buen seguro, no cambiará nunca; pero también la mirada alucinada de la gente joven cuando descubre que los que tanto los quieren, y a los que tanto detestan, pueden cambiar, y de qué forma, su mirada hacia ellos.

Formalmente Mamá y papá no tiene aspectos especialmente relevantes: Taylor no parece ser un cineasta exquisito, aunque a veces se permite algunos flashbacks interesantes, que tienen su intencionalidad y su valor en el recorrido del film. En Gamer parecía más visualmente inventivo; a lo mejor el “genio” (las comillas no son inocentes, claro) era su cuate de entonces, Mark Neveldine... Tampoco como guionista conseguirá Taylor muchos Oscars: aquí el motivo del repentino enloquecimiento de los papás y mamás se nos hurta de mala manera, quizá porque no hay muchas posibilidades de ofrecer una causa creíble. El tratamiento de los padres “contagiados” (por llamarlo de alguna forma) con ribetes cuasi de plaga zombi, tan de moda, habrá que entenderlo como un guiño a la actualidad y poco más.

Nicolas Cage se autoparodia, como últimamente suele hacer, aquí pasadísimo de rosca en su papel de padre de instintos asesinos hacia sus vástagos; no mucho mejor está Selma Blair, que hace de la madre homicida; a la auténtica protagonista, la adolescente Anne Winters, de cierta popularidad por la serie televisiva Por trece razones, tendremos que evaluarla cuando tenga un papel que no sea como este, en el que grita más que habla. Hasta el veteranísimo Lance Henriksen se pasa tres pueblos, entendiendo, con buen criterio, que aquí la clave de interpretación es la del “grandguignol”, el “grotesque”.


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83'

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Mamá y papá - by , Aug 31, 2018
2 / 5 stars
¿Qué pasaría si...?