A principios de los años setenta, con el éxito en taquilla de la (bastante endeble, por lo demás) Aeropuerto (1970), se enseñoreó del cine industrial de Hollywood lo que la Historia conoce como género de catástrofes, que durante toda esa década fue cultivado con fruición por las multinacionales cinematográficas en filmes como La aventura del Poseidón (1972), El coloso en llamas (1974), Terremoto (1975), y Tiburón (1975), entre otras muchas. La ubre del género se agostó entonces con el fiasco en taquilla de Meteoro (1979), castañazo que certificó la muerte, por el momento, de las catástrofes en el cine. Pero como Hollywood siempre está atento a nuevos (o antiguos) filones que explotar, de vez en cuando el género reaparece como un Guadiana anglosajón, con títulos como Volcano (1997), Deep impact (1998) o El día de mañana (2004).
Ahora le toca a la temática de derrames petrolíferos, veta (nunca mejor dicho…) poco explotada por ahora por las multinacionales, si bien la muy moderada aceptación taquillera de esta Marea negra (ha recaudado en su paso por salas comerciales en USA-Canadá la mitad de su coste: eso sí que es una catástrofe…), parece indicar que, al menos por ahora, nos vamos a librar de productos similares.
Porque Marea negra no se puede decir que sea precisamente una exquisitez. En principio, casi ninguna película del género lo es, con la excepción de la mentada Tiburón y poco más. Peter Berg, su director, es fundamentalmente actor, si bien con una carrera no precisamente brillante, y como realizador no se puede decir que sea Orson Welles: debutó con la comedia Very bad things (1998), que nos hizo concebir esperanzas, pronto dilapidadas por su rápido engranaje en el cine jolivudense más comercial y menos interesante, en filmes como Hancock (2008), al servicio del astro Will Smith, o Battleship (2012), incomestible, aparatoso artefacto que resultaba irritante en su estulto gigantismo vacío.
Así que no esperábamos mucho de él en esta Marea negra, que efectivamente sigue las reglas típicas del género, con la presentación de la vida cotidiana de algunos de los protagonistas, para después sumergirlos en el planteamiento del desastre, con su correspondientes nudo y desenlace, con sus reglas escénicas como si fuera arte, qué tíos…
Pero no hay vida en este filme, a pesar de que esté basado en una historia real, el mayor desastre por derrame de petróleo que haya acontecido hasta ahora, cuando una plataforma semisumergible, la Deepwater Horizon del título original, explotó por una serie de decisiones negligentes de los ejecutivos de BP que estaban al mando, deseosos de poner en rentabilidad un negocio que llevaba 43 días de retraso sobre el plan previsto. Esa avaricia, que confirma, como ya sabemos, que las sociedades anónimas no tienen alma, provocó la muerte de 11 personas y una catástrofe natural de colosales proporciones. Por supuesto, los tíos de la BP, tanto los que directamente estuvieron implicados en el caso, como sus jefes, los que se sientan en el Consejo de Administración, se fueron de rositas, qué creían…
Pero, por mucho que se base en una historia real, Marea negra es un filme chato, sin relieve, donde los personajes no son sino estereotipos, no tienen enjundia, carecen de vida. Sólo el rol de John Malkovich se salva, y ello por supuesto por la maestría de este grande, uno de los mejores de su generación, cuya mirada esquinada conviene bien al tipo sin entrañas que llevó a la muerte a 11 congéneres por un poco más de dinero en la cuenta corriente de sus amos.
Berg es un cineasta que carece de personalidad. Rueda, eso sí, sin muchas faltas de ortografía, pero como lo puede hacer cualquier artesano pegaplanos experto en TV-movies de las que nos arrullan a la hora de la siesta. Así las cosas, menos mal que su nueva película se ha pegado el peñazo: nos ahorraremos más como ésta…
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