Andrey Konchalovskiy (Moscú, 1937) es uno de los grandes cineastas rusos de la etapa de transición entre el viejo régimen comunista y la nueva (y ahora vemos que tan cortita...) democracia rusa. Su epopeya Siberiada (1979) se saludó como una de las grandes películas de su época, moderadamente crítica con el atroz régimen de Lenin, Stalin, Kruschev y Breznev; los líderes Andropov y Chernenko, otros dos viejos carcamales, serían posteriores al film, los últimos ortodoxos al frente de la URSS antes de que llegara el reformista Gorbachov. La situación de Konchalovskiy en la Unión Soviética pre-Gorbachov no era precisamente la ideal para la creación artística, así que el cineasta moscovita, habiendo conseguido el Gran Premio del Jurado en el festival de Cannes para Siberiada, dio el salto a Estados Unidos, donde sus primeras películas confirmaron el talento del cineasta: el intenso drama Los amantes de María (1984), la muy peculiar y existencialista El tren del infierno (1985) situaron a Konchalovskiy en una buena posición dentro de la industria yanqui, pero el interés de su cine, desde entonces, fue decayendo en interés. Tras algún título aislado que gozó de cierto (re)conocimiento como El círculo del poder (1991), en el que presentaba la atmósfera viciada y terrorífica de la última etapa de Stalin al frente de la URSS, la figura de Konchalovskiy fue opacándose poco a poco en acartonadas producciones de época como la miniserie La Odisea y la TV-movie El león en invierno. El siglo XXI tampoco lo ha sacado del marasmo creativo, salvo algún título aislado (pensamos en El cartero de las noches blancas), confirmando que, como se suele decir coloquialmente en España, se le ha pasado el arroz... Su último film por aquí visto, Queridos camaradas, confirmó la atonía del otrora maestro ruso.
Este Miguel Ángel (El pecado) confirma esa impresión, la de que el tiempo de Andreiy como gran cineasta ha pasado. La historia se enmarca, según los rótulos que aparecen al principio del film, en la Italia de inicios del siglo XVI. Miguel Ángel Buonarrotti es ya una figura de primerísima línea en el arte. Lleva años trabajando para su protector, el papa Julio II, de la casa Della Rovere, pero en Florencia los Medici esperan que muera este Sumo Pontífice para entronizar en la silla de San Pedro a uno de los suyos, que reinará con el nombre de León X. Miguel Ángel se verá desde entonces entre un fuego cruzado, los Della Rovere, que han perdido el papado pero mantienen una considerable influencia en la Península Itálica, y los Medici, ahora ungidos con el solideo de color blanco, que se sienten fuertes y quieren al gran artista de La Pietà para ellos solos...
Es curioso, porque la película se titula originalmente Il peccato, y en su versión en inglés Sin, pudiendo traducirse ambos como "El pecado" en español, que lleva entre paréntesis el título en nuestro país, tras el nombre del artista, que ya de por sí, evidentemente, tiene un buen tirón. Lo que pasa es que, vista la película, uno se pregunta, ¿cuál es ese pecado que aparece en todas la versiones disponibles del título? ¿La codicia, tal vez, cuando vemos que el artista era también un tipo que le gustaba más un ducado que a un tonto un lápiz? ¿La mentira, porque engañaba con fruición digna de mejor causa a sus poderosos protectores (que podían pasar a ser enemigos de un momento a otro) sobre los faraónicos proyectos en los que se embarcaba, y a los que les daba largas que enfurecían a los felones duques y papas de la época? ¿Sería que su mendacidad con tan peligrosa escoria aristocrática provocó, muy a su pesar, la alevosa muerte de quienes él tenía en alta estima? Pues nos quedamos sin saberlo, porque ni siquiera la gacetilla de la distribuidora, que a veces viene a salvarnos de la falta de información que da la propia película, aporta nada.
Pero da igual. Lo cierto es que la película es, en el peor de los sentidos, cine viejo, una obra acartonada, larguísima, que cae irremediablemente antipática, un retrato no precisamente benévolo sobre uno de los más grandes artistas del Renacimiento (que es como decir de toda la Historia del Arte), un Miguel Ángel aquí pintado como borracho, iracundo, avaricioso, soberbio, una persona rigurosamente insoportable que mentía más que parpadeaba, con un pésimo concepto de sus excelentísimos pares (Leonardo, Rafael...), adulador hasta la vergüenza ajena... una joya. Sin embargo el film esconde la conocida bisexualidad de Miguel Ángel: se ve que para una coproducción con la actual Rusia, oficialmente tan homófoba, eso era demasiado...
Es cierto que existe una escrupulosa ambientación, quizá demasiado bonita, y una realización académica aunque sin alma, con una puesta en escena (en el peor de los sentidos) televisiva, correcta pero impersonal. Parece que estamos ante uno de esos académicos biopics que el cine europeo, de vez en cuando, manufacturaba pesadamente en otro tiempo, y que ahora ya parecían (se ve que no...) definitivamente periclitados...
Parece como si Konchalovskiy huyera de la grandilocuencia de la extraordinaria obra del artista para centrarse en su personalidad como hombre, pero el resultado nos parece bastante plúmbeo. Porque, además, lo importante en Miguel Ángel es su obra, no su vida. Para remate de los tomates, la película está atravesada de principio a fin de una cháchara insufrible, bien del artista, bien de sus ayudantes, bien de sus peligrosos protectores, bien de sus colegas, bien de los canteros... lo que habla aquí todo el mundo... Nos parece que el artista no debió hablar tanto en su vida, porque si no, desde luego, no le hubiera dado tiempo a hacer tantas obras maestras...
Hay una parte del film, hacia su mitad, que recuerda en buena medida aquella visionaria Fitzcarraldo (1982), de Herzog, película en la que el personaje interpretado por un alucinado Klaus Kinski atravesaba la selva amazónica transportando un gigantesco barco. Pues en Miguel Ángel (El pecado) el artista pretende llevar un enorme bloque de mármol desde Carrara hasta Roma, para lo que hará falta una logística que no existía (sí para bloques mucho más pequeños) y, cómo no, pagar el correspondiente tributo en sangre (ajena, claro...) por la locura del genio.
El conjunto es aseado, claro, como corresponde a un proyecto costeado y con buenos técnicos a los mandos, la más bien sonsa historia de una etapa de la vida de uno de los más grandes artistas de la Historia, en la que todo es un poco exagerado, en la que todos parecen pasados de vueltas, el primero el propio protagonista, Alberto Testone, que ciertamente tiene parecido con los retratos que se conservan de Miguel Ángel, como también con Pier Paolo Pasolini; de hecho, interpretó al poeta y cineasta boloñés en Pasolini, la verità nascosta (2013).
(09-05-2022)
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