Los hermanos Coen vuelven por donde solían. Después del (relativo) fiasco de Ladykillers, consiguen remontar el vuelo con esta magnífica No es país para viejos, crepuscular thriller ambientado en las áridas tierras de Texas y Nuevo México, donde el paisaje es uno más de los (espléndidos) intérpretes: un hombre, un perdedor, tiene un golpe de fortuna, acaso en el fondo de mala suerte, cuando encuentra una maleta con dos millones de dólares en el escenario de una tremenda matanza en pleno páramo del desierto. Pero hay fuerzas poderosas que le siguen la pista, intentando recuperar lo que es suyo, o que pretenden hacerse con ello. El más mortífero enemigo resulta ser un psicópata que se convertirá en su sombra y su pesadilla., y que le seguirá ominosamente hasta la misma frontera con México, ese “border” que es al tiempo delimitación entre la ostentosa opulencia occidental y la pobreza del pobre que envidia al rico.
Los Coen consiguen su mejor película en años, probablemente la más cinematográfica, llena de buenos momentos de cine: el protagonista expectante en su habitación de hotel, el sonido siniestro del rastreador del chivato que, sin saberlo, lleva en la maleta, la sombra bajo la puerta, delineada por la luz exterior… puro cine, donde imagen, sonido, montaje, encuadre, conforman una escena de auténtica maestría. No es la única, aunque quizá sea la más perfecta en su definición y en su plasmación cinematográfica.
Y los personajes… El protagonista es un hombre de mediana edad, un auténtico “loser” que sobrevive de la caza furtiva y malvive con su mujer en una caravana, al que la repentina riqueza (no precisamente de los pobres de Kombach…) abocará a una huida sin fin, y lo que es peor, a poner en serio peligro no sólo su vida, sino también la de su esposa. El psicópata es un hombre sin escrúpulos ni emoción alguna, un “killer” devastador que, paradójicamente, alardea de una cierta escala de valores: cumplir siempre la palabra dada, aunque eso signifique matar a alguien por el mero hecho de cumplir ese compromiso, sin que ello reporte beneficio alguno; perdonar la vida a otro simplemente porque ha tenido suerte al lanzar una moneda al aire; utilización de cualquier recurso, por violento que sea, para alcanzar sus fines; un amoral, pero también un inflexible cumplidor de sus abominables compromisos. El sheriff, ya en ese momento de la vida en el que lo que aguarda es el último recodo, cuando se deja la actividad diaria de la profesión que te ha servido de armazón vital, para encarar el postrer tramo del camino, ese momento que paradójicamente llaman jubiloso en el que la próxima meta es la muerte.
Obra densa y potente, es cierto que entraría de lleno en la perfección que roza con las yemas de los dedos, si hubiera aligerado algunas de las secuencias que no mantienen el tipo: la visita del sheriff a su amigo viejo e impedido, que quizá justifica el título del filme, pero lastra innecesariamente la historia; las sesiones de corte y confección sobre la propia carne que acomete el personaje de Bardem tampoco aportan nada esencial, más allá de confirmar el férreo control de la voluntad del malévolo individuo, ya más que contrastada a lo largo de todo el filme.
Un final en anticlímax, valiente por ser tan infrecuente, tampoco es la conclusión ideal para una película que, por lo demás, nos ofrece el trabajo extraordinariamente matizado de un Javier Bardem que nunca ha estado mejor, en un personaje ciertamente bombón, pero en el que hubiera sido tan fácil excederse, dejarse llevar por el histrionismo; pero su matizadísimo trabajo nos regala uno de los villanos más impactantes de los últimos tiempos. En cuanto a los demás, Josh Brolin confirma la casta interpretativa que le viene de su papá, James Brolin, uno de los actores más elegantes del Hollywood del último cuarto de siglo pasado; Tommy Lee Jones, quizá en el papel menos agradecido, aporta su rostro de esfinge estragada por la viruela al sheriff que llega al final del camino; tal vez el personaje de Woody Harrelson sea el menos creíble, un supuestamente bragado miembro de la CIA encargado de eliminar al psicópata, pero que, al menos en apariencia, no parece capaz de matar una mosca…
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