Martín Garrido Barón es un cineasta catalán que hace unos años nos sorprendió gratamente con su casposa pero muy imaginativa H6. Diario de un asesino, un filme de escasísimo presupuesto que ponía en imágenes la enfermiza historia de un criminal en serie, con creativas aportaciones al género gore. Terminábamos diciendo en la crítica “…Ojalá que con Garrido Barón no pase lo que con John McNaughton y su sobrevalorado Henry, retrato de un asesino, que nunca más dio en la diana...”. Bueno, pues me temo que, al menos en esta Nos veremos en el infierno, se puede decir que, desde luego, no ha estado acertado, ni mucho menos.
Y lo curioso del caso es que parece como si Martín Garrido Barón y su guionista, que es el mismo que en H6…, Martín G. Ramis, es decir, su padre Martín Garrido Ramis (por cierto, su mamá, Beatriz Barón, también tiene un papel como actriz en el filme: todo queda en casa), hubieran perdido los papeles en estos años, porque lo que antes era imaginación, capacidad de sobrecoger, facultad para la elipsis, sugerir antes que mostrar… ahora se ha quedado en cutrez absoluta, realización torpe y desmañada, historia inverosímil cuando no directamente idiota… ¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué secreta alquimia ha hecho que estos dos cineastas, director y guionista, padre e hijo, hayan perdido los libros desde su interesante, estimulante filme mentado, a este otro que no hay por donde cogerlo?
Porque en ambos casos son producciones ínfimas, de recursos económicos casi amateurs, tirando de familia y amiguetes, con fotografía plana y no precisamente artística, con historias truculentas cuya diferencia estriba en su notable articulación en H6. Diario de un asesino y en su exposición involuntariamente dadaísta, rematadamente imbécil, de esta Nos veremos en el infierno.
Está visto que el talento del ser humano no es, como sí ocurre generalmente con los cauces fluviales, torrentes sin interrupción, sino que en ellos hay cortes de fluido, como en la corriente eléctrica, que cortocircuitan sus obras. No encuentro otra explicación para pasar del todo a la nada, del cine a la majadería, de la sutileza a la ramplonería.
Sólo al final el director se permite una mínima prueba de que no está tan alelado como parece: ese último plano final contiene una elipsis brutal (nunca mejor dicho…), un momento en el que el audio, en off, cumple una función narrativa plena, complementando vigorosamente el plano congelado con el que se cierra el filme, si bien es cierto que con ello presenta un final moralista que, desde luego, no se corresponde con el tono amoral de toda la historia: al final los autores se ponen gazmoños, como si se arrepintieran de haber mantenido durante toda la película, a través de sus personajes, una posición donde la vesania, la felonía, la canallada, la aberración, campan a sus anchas, donde la maldad es moneda común y la honestidad una tan rara ave.
Los intérpretes resultan lamentables: Raúl Prieto puede invocar desde ya su nominación al Premio YoGa al Peor Actor Protagonista, y difícilmente va a tener rival a su altura; Valentín Paredes tiene todas las papeletas para ser el YoGa al Peor Actor Secundario, no sé si del año o de la década, y la mamá del director, Beatriz Barón, podría ser sin problemas la Peor Actriz Secundaria; curiosamente la señora Barón tiene un parecido más que razonable con María Antonia Munar, la que fuera Presidenta del Parlamento de Baleares –cuando se escriben estas líneas la señora Munar ha sido condenada, ejem, a varios años de prisión por diversos delitos perpetrados en el ejercicio de sus cargos públicos--, comunidad autónoma donde, también curiosamente, se ambienta este filme: cosas veredes…
Nos veremos en el infierno -
by Enrique Colmena,
Oct 27, 2013
1 /
5 stars
Imbecilidad rampante
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