Pelicula:

En los años sesenta Kevin McClory, productor y ocasional guionista y director irlandés, pleiteó con los dueños (Harry Saltzman y Albert Broccoli) de los derechos cinematográficos de las novelas bondianas de Ian Fleming, argumentando que el guion previsto para llevar a la pantalla la novela Thunderball (que en España se tituló Operación Trueno) era esencialmente el que él e Ian Fleming habían elaborado años atrás, por lo que le correspondía producir su versión al cine. Saltzman y Broccoli consiguieron llegar a un acuerdo extrajudicial con él, de tal manera que, aunque McClory figuraría en los créditos como productor en solitario de esa adaptación, ellos actuarían como productores ejecutivos, aunque sin acreditar, para que el film mantuviera las esencias de la ya entonces muy productiva franquicia del agente del doble cero. Pero en aquel acuerdo quedó un fleco suelto que resultó ser el derecho de Mc Clory de, en el futuro, realizar, si así lo decidía, un remake de esa película. Operación Trueno, con las riendas en la sombra de Saltzman y Broccoli, y con todos los elementos habituales de la saga (Binder en los créditos, Barry en la música, Young en la dirección, Connery en el protagonismo) fue todo un éxito.

Pero doce años más tarde McClory desempolvó aquel acuerdo y montó este remake, que en este caso se titularía Nunca digas nunca jamás, jugando con la ironía de que Connery, tras Diamantes para la eternidad (1971), se prometió a sí mismo, y así lo publicó, que nunca más interpretaría a Bond. Paralelamente, Albert Broccoli (entonces ya dueño en solitario de los derechos generales de la saga) montaba la película Octopussy (1983), con Roger Moore como asentado nuevo Bond, y todo el equipo de producción habitual: ambos competían en el mismo mercado y casi en las mismas fechas (Octopussy se estreno en Estados Unidos en junio de ese año, Nunca digas... en octubre), y las espadas estaban en alto: un fracaso del film de Broccoli podría haber hecho decantarse la franquicia del lado de McClory, pero finalmente no fue así: Nunca digas... tuvo una buena recaudación, en torno a 166 millones de dólares en todo el mundo, pero la de Octopussy fue mejor, uno 187 millones (fuente: The-numbers.com).

Nunca digas nunca jamás tiene de entrada algunos detalles que llaman la atención: no aparecen los clásicos títulos de crédito iniciales que son desde el principio una marca de fábrica de la serie, siendo sustituidos por otros que, ciertamente, desmerecen de los sumamente creativos de Maurice Binder y sus sucesores; tampoco está el conocidísimo tema musical de John Barry; no es tampoco menor el hecho de que James Bond aquí sea ya un señor de 53 años que, aunque se mantiene bien (Connery, evidentemente, envejeció excelentemente), está claro que ya no era el guaperas que las enamora a todas (aunque aquí, de nuevo, pongan a todas las féminas suspirando cuando pasa el macho...) y, aunque lucía peluquín (un 007 con problemas de alopecia no era de recibo, al menos entonces), es evidente que ya iba de salida...

Aparte de eso, lo cierto es que Nunca digas nunca jamás funciona razonablemente bien como el vistoso producto de entretenimiento que se espera de una nueva entrega (aunque fuera oficiosa) de la saga Bond, con briosas escenas de acción y (eso sí) un apreciable incremento de la ironía, incluso de la autoironía, que no era muy habitual en la franquicia.

La trama es, en general, bastante parecida a la ya conocida en Operación Trueno, aunque con variantes apreciables. Aquí vemos cómo Bond, en un simulacro en el MI6, en el que aparentemente consigue vencer, sin embargo al final, al liberar a la bella de turno, lo matan (de mentirijillas, claro...). El nuevo M, el nuevo jefe del servicio secreto, es un tipo intolerante que solo sabe echarle broncas; por de pronto, lo envía a una especie de sanatorio para eliminar las muchas toxinas que, según él, le sobran. En el sanatorio Bond descubre algo extraño; aunque entonces él aún no lo sabe, allí es donde Spectra mantiene a un tal Petacci, oficial de la Marina británica, que es drogodependiente, y al que manipulándolo gracias a su adicción han sustituido el iris para que este sea exactamente igual al del presidente de los Estados Unidos y, por tanto, pueda acceder, mediante un artilugio “ad hoc”, a la tecnología que permite gestionar los misiles atómicos, cosa que el jefe de la Casa Blanca realiza, efectivamente, identificándose con el iris. Petacci es controlado por Dominó, la villana de turno, tan guapa como mala... Cuando dos misiles armados con cabeza nuclear son sustraídos mediante el engaño que propicia la identificación falsa de Petacci, el mundo contiene la respiración: Spectra exige el pago de un rescate astronómico para no hacer estallar las bombas...

La elección de Irvin Kershner como director se reveló pronto como un acierto. Miembro menor de la llamada “generación de la televisión” (en la que brillaron mucho más otros cineastas como Lumet, Ritt, Jewison o Frankenheimer), Kershner tenía en su haber, sin embargo, un título que está con toda justicia en la Historia del Cine, El imperio contraataca (1979), la estupenda continuación de La guerra de las galaxias (1977), generalmente considerada como la mejor de esa primera trilogía. Aquí el cineasta de Philadelphia se mostró como un consumado director sobre todo de escenas de acción, que fueron muy potentes, con algunas que siguen siendo excelentes aunque hayan pasado muchos años, como la persecución en moto, muy notable e imaginativa.

Pero Kershner y su guionista Lorenzo Semple Jr., sabedores de que, evidentemente, Connery ya resultaba talludito para el papel, no perdieron ocasión para hacer algunos gags autoirónicos, sabedores, por supuesto, que ello desactivaría las críticas sobre lo viejo que estaba ya el escocés para el personaje.

Lo cierto es que, con independencia de que faltan algunos elementos típicamente bondianos, como ya hemos comentado, la película mantiene en gran medida el mismo tono, el mismo look, de la saga oficial. No faltan, eso sí, los habituales gadgets suministrados por un nuevo Q, como una pluma estilográfica capaz de disparar como si fuera una pistola. Tampoco escasean los escenarios exóticos, otra de las características de la saga, en este caso las Bahamas. Por supuesto, habrá escenas de cama, ahora ya con bastante más epidermis que antes: los tiempos habían cambiado, y aunque la serie Bond sigue siendo un producto eminentemente familiar, ya se podía ir más allá de los castos besos de la primera época.

Connery, como queda dicho, representa su papel con la autoconsciencia de que (esta vez sí) era la última vez que lo haría: la edad no perdonaba, y cualquier otro film posterior con él muy probablemente hubiera sido recibido con  crueles bromas. La mala, Barbara Carrera, fue uno de los aciertos del film, una villana de armas tomar. Kim Basinger, aunque llevaba ya tiempo haciendo cine, es aquí donde es descubierta para el gran público, resultando una estimulante chica Bond. El austríaco Klaus Maria Brandauer, que gozaba entonces de fama por su protagonismo en la oscarizada Mephisto (1981), da bien el papel de Largo, el villano que deberá ejecutar las órdenes del jefe supremo de Spectra (Max Von Sydow, todo un lujo...). La aparición de Rowan Atkinson, años antes de saltar a la fama con su personaje de Mr. Bean, pretende ser un cierto interludio cómico, aunque lo cierto es que rechina bastante, pudiéndoselo haber ahorrado: no aporta nada.

(12-05-2024)


Nunca digas nunca jamás - by , May 12, 2024
3 / 5 stars
Agradable mezcla de briosa acción y autoironía