El sexto título de la etapa Roger Moore de la saga 007 (de los siete que compusieron este período) fue este Octopussy, donde la franquicia mejoró con respecto al anterior Solo para sus ojos, que fue uno de los más endebles de estos años.
La acción se inicia en lo que parece una base de militares castristas o similares; 007 va a sabotear la instalación militar; capturado, lo auxilia, con sus “armas de mujer”, una cómplice. Bond consigue escapar con un reactor gentileza de Q; al final consigue destruir la instalación militar con una añagaza típica del agente 007. La acción se traslada a Berlín Oriental, antes de la caída del Muro (en realidad, faltaban todavía seis años para ello); vemos a un hombre vestido de payaso, que resulta ser el agente 009; lo persiguen dos gemelos que lo alcanzan. Cuando el payaso llega a la residencia del embajador británico, muere, pero le ha llevado algo... Bond es convocado por el ministro, le enseñan un huevo de pascua del zar, es una copia, el original lo subastan esa tarde; el MI6 envía a 007 para averiguar quién quiere venderlo, sospechan que será un tapado de la URSS para financiar operaciones secretas...
Este sexto título de la etapa Moore mejora, como decimos, con respecto a empeños anteriores, en una historia que, aunque tan marciana como las anteriores (el cine Bond es siempre marciano, al menos en sus primeras épocas), resultan algo más creíble, dentro de lo que cabe, y sobre todo está armada sobre una historia que tiene cierta coherencia interior, dentro de lo disparatado que es todo en el universo Bond. Con un guion de una cierta complejidad, lo que en aquella época era poco frecuente, la historia va de todas formas cumpliendo prácticamente todas las constantes del cine 007 de los tiempos de Moore, como las exóticas localizaciones, que en este caso se inclinan fundamentalmente hacia Oriente, y en concreto hacia la India (sale hasta el Taj Mahal...), teniendo como escenario secundario la Alemania dividida anterior a la Caída del Muro. Por supuesto también, tendremos las típicas mujeres de bandera, de cuerpos voluptuosos, tan típicas del Bond del siglo XX, todas derritiéndose por el héroe, en lo que no dejaba de ser una especie de sueño húmedo para el varón de la época, ser asediado y adorado por mujeres ardientes deseosas de sexo...
También se mantiene enhiesta otra de las circunstancias habituales de la etapa mooreana, cual es el humor irónico, del que generalmente estaba ayuno el 007 de Connery. Pero Moore, a falta de la brutalidad de Sean, tenía casi siempre en la boca una sonrisa entre pícara (mayormente con las damas...) y sarcástica (con los varones, sobre todo si eran los malos). La palma en el humor bondiano en el film quizá se la lleve la escena de la cacería que se despliega contra Bond en la selva hindú, con elefantes y tigres, de la que por supuesto nuestro héroe, muy fantasiosamente, conseguirá escapar... hasta con saltos de liana entre árbol y árbol, y dando gritos en plan Tarzán, un rasgo de humor que, ciertamente, es muy de agradecer... y es que este Bond/Moore se tomaba más bien poco en serio a sí mismo. Es cierto que el humor bondiano de la época era bastante machista (bueno, como la sociedad del momento, ni más ni menos...), pero desde luego le redimía en buena medida su carácter irónico y en ocasiones (como en este caso) autoparódico.
No podían faltar, por supuesto, las persecuciones, que se convirtieron en una marca de fábrica de la etapa Moore, y además, como en títulos precedentes, buscando la originalidad en los vehículos utilizados para ello, como la que tiene lugar en “tuk-tuk” (el típico transporte urbano oriental) por las calles de Nueva Delhi, muy entretenida e imaginativa. Otra de las persecuciones originales que montan en la peli es la que tiene lugar en las vías del tren, con un convoy ferroviario tras un coche sin neumáticos que corre con las llantas por las vías, bien hecha y muy imaginativa.
Toda la parte final del film está muy entonada, sucediéndose las briosas escenas de acción, bien planificadas y montadas, con alguna especialmente atractiva, como la que tiene lugar sobre el techo del tren en marcha entre Bond y el villano de turno; por supuesto, este tipo de escenas después se ha hecho “ad nauseam”, pero a principios de los años ochenta era todavía poco frecuente verlas en una pantalla.
Y es que John Glen, el director de la película, que procedía del campo del montaje, iba aprendiendo a marchas forzadas los secretos de su nuevo oficio, y si su anterior film bondiano, Solo para sus ojos, fue bastante mediocre, aquí mejora a ojos vistas, con una realización más ágil y una puesta en escena razonablemente sólida.
Con algunos estereotipos clásicos del cine de intriga, como la cuenta atrás en un dispositivo explosivo que hay que detener (con la peculiaridad de que aquí hablamos de un explosivo atómico...), en una percutante y bien dosificada escena llena de tensión, Octopussy es probablemente uno de los mejores films de la etapa de Roger Moore, quien aquí ya estaba plenamente imbuido del personaje, que había sabido llevar a su terreno, disminuyendo el tono macho y viril de Connery, pero dotándolo en contraposición de un humor irónico del que carecía el Bond hecho por el escocés.
Del resto del reparto habría que hablar de Maud Adams, dotada de una belleza peculiar, de rostro anguloso, una actriz que parecía llamada a grandes cosas, por su magnetismo personal y buen hacer, pero que se quedó en nada, perdiéndose en un cúmulo de productos de medio pelo. Los villanos son un elegante Louis Jourdan, un francés que emigró al Hollywood clásico, donde trabajó, entre otros, nada menos que con Vincente Minelli, Max Ophüls, Jacques Tourneur e incluso Alfred Hitchcock. El malo violento (en plan mirada intensa...) es Kabir Bedi, un actor que unos años antes gozó de gran fama mundial al interpretar el personaje de Sandokán en la serie televisiva homónima, sobre el popular héroe malayo imaginado por Emilio Salgari, aunque aquí tiene un papel totalmente opuesto al seductor pirata de la serie.
(26-10-2024)
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