Con motivo del décimo aniversario de los acontecimientos que dieron lugar a la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (en Octubre, según el calendario juliano, Noviembre según el gregoriano), la comisión encargada por el gobierno para festejar tal efeméride preparó una serie de proyectos y actos entre los que se encontraba la filmación de una dramatización de la revolución bolchevique. Sergei Mijailóvich Eisenstein, que ya había dado la mayor página de gloria al cine soviético con su magistral El acorazado Potemkin, es encargado de ello, junto a un también muy joven Grigoriy Aleksandrov.
Los guionistas tomaron como base el libro de John Reed Diez días que estremecieron el mundo para narrar la forma en la que el Gobierno Provisional encabezado por Kerenski se mostró incapaz de retirar a los ejércitos rusos de la Segunda Guerra Mundial, que estaba empobreciendo a marchas forzadas al país, por lo que las distintas facciones socialistas, fundamentalmente mencheviques (socialdemócratas) y bolcheviques (comunistas), conspiraron para hacerse con el poder. Tras una primera intentona en julio, abortada por la represión del gobierno, el progresivo deterioro de la situación y el aumento de la miseria del pueblo allanaron el camino para que los socialistas se pusieran de acuerdo para asaltar el poder. Kerenski huye cuando se ve en peligro, y el Batallón de la Muerte, que defendía el Palacio de Invierno, luchará denodadamente hasta que son vencidos por la Guardia Roja…
Octubre tiene varias de las virtudes de El acorazado Potemkin, pero no todas. Mantiene el espléndido montaje, una maravilla en las manos de Einstein, capaz de fragmentar el espacio-tiempo con este recurso cinematográfico, y dotarlo de un sentido distinto dependiendo de los intereses de la película; es notable, por ejemplo, la escena del alzamiento de los puentes para impedir la llegada de los manifestantes al centro neurálgico de Petrogrado (que antes fue San Petersburgo y después Leningrado, y ahora otra vez San Petersburgo: el péndulo, incesante…); jugando con elementos cotidianos como un caballo muerto que queda colgando en una de las partes levadizas del puente, y su montaje fragmentario, los directores consiguen la rara sensación de enlentecer la acción sin utilizar la cámara lenta. Como aportación novísima, muy avanzada para su tiempo, y notable tanto formal como de contenido, el film muestra, tras el fallido intento de golpe de Estado de los socialistas en Julio, cómo la estatua del zar Alejandro III (que hemos visto destruir en los primeros minutos) se recompone milagrosamente rebobinando la imagen, para expresar gráficamente así el retroceso que supuso para la causa de los trabajadores aquel fiasco.
Sin embargo, en contra de lo que ocurría con la obra maestra de Eisenstein, Octubre es demasiado larga, resultando un tanto reiterativa en varias secuencias. No obstante, la película es modélica en su planteamiento revolucionario, jugando hábilmente con el maniqueísmo de los malos (burgueses, oficiales del ejército, funcionarios de alto rango, gobernantes), dibujados como personajes torvos, displicentes, altivos y canallas, en contraposición a los proletarios, soldados, campesinos y gente del pueblo, pintados como seres sencillos, francos y abiertos, con tendencia a la épica.
Inferior al Potemkin pero notable en la creación de una narrativa de tensión revolucionaria que terminará con un régimen despótico (aunque el Gobierno Provisional, de no haber errado Kerenski en su tozudo mantenimiento de Rusia en la Gran Guerra, podría haber tenido recorrido), Octubre es también una película que prioriza el protagonismo coral, a pesar de lo cual tiene un papel relevante Nikolai Padvoisky, haciendo de él mismo, uno de los máximos dirigentes de la revuelta que se autointerpretó en su única aparición en la gran pantalla.
Es resaltable la forma taimadamente despectiva con la que el film retrata a Trotski, figura fundamental en la Revolución Bolchevique pero cuyo enfrentamiento a los modos dictatoriales de Stalin le obligó a exiliarse de la Unión Soviética que él contribuyó poderosamente a crear; también las alusiones a los mencheviques, la otra gran fuerza revolucionaria, son de desconsideración y menosprecio, tratados como gente sin sangre, mendaz y sin real vocación revolucionaria. En fin, la retórica comunista, nada nuevo...
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