CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Prime Video.
La propia y simbólica belleza del título del film ya nos predispone a su favor. Pero, cuidado, no pensemos que estamos ante un cuadro bucólico, virgiliano, pastoril (que también lo es), sino ante un retrato complejo y matizado de unos tiempos y costumbres pretéritos, de unas vidas recias y duras, que vivían peligrosamente casi sin saberlo. Y todo ello bajo la mirada de un autor -con mayúsculas-, de un creador que siempre imponía su estilo en cualquier género, de un maestro indiscutido como lo fue el californiano John Ford.
Se decía que Ford tenía dos grandes amores: el western e Irlanda, o viceversa. El primero fue siempre el género referente de su carrera como cineasta, y la segunda el trasfondo familiar y costumbrista de sus raíces. Pero aquí no tenemos ni uno ni otro, porque la historia de este valle está en Gales, en la otra orilla de Irlanda, en Gran Bretaña, y es el relato, esa historia, fundamentalmente de una familia de mineros, los Morgan. A través de ellos, y entretejiéndose en un magistral guión de Philip Dunne -basado en la novela de un galés, Richard Llewellyn- los iremos conociendo en un mosaico que reúne el melodrama, la denuncia social, los riesgos de los mineros, los amores de varios de ellos, los débiles y los poderosos, los viejos y los jóvenes...
Todo ello contado por el menor de los Morgan, un niño que se recupera de una enfermedad y nos lo narra en un flash back luego integrado al avanzar el film. Así sabemos que la familia la integran los padres y seis hijos, con sólo una chica entre ellos, Angharad (una joven y bella Maureen O’Hara). El pequeño narrador es Huw (Roddy McDowall, con once años cuando el rodaje, en un espléndido, melancólico y asombroso trabajo). Conoceremos también al predicador y pastor de todo el valle (Walter Pidgeon), que enamorado de la muchacha y correspondido por ella, no podrán nunca llevar a cabo su unión.
La productora del film, la Fox, tenía la idea de rodarlo en la propia Gales y en color, pero los acontecimientos de una Europa en la primera etapa de la Segunda Guerra Mundial lo impidió, y hubo que construir en la zona montañosa de Santa Mónica, en California, un gigantesco decorado que reproduce toda la calle del pueblo, con la cuesta que lleva a la entrada de la mina en lo más alto, y flanqueada por las casas de los trabajadores. Y allí conocemos a esta familia, la dureza y honestidad del padre (Donald Crisp), la agudeza y sabiduría de la madre (extraordinaria Sara Allgood), y el día a día laborioso y optimista de sus hijos.
Hay accidentes, hay peligros, y la hermosa y optimista hija ve frustrada para siempre su vida cuando el dueño de la mina, todopoderoso, pide su mano para su propio hijo -un petimetre-, ante la impotencia de todos. Huw, el chiquillo narrador, cuando se recupera, sufre la crueldad del sádico maestro, que lo ridiculiza y apalea al volver a clase (aunque luego ese verdugo recibirá la misma medicina). En lo laboral, los hijos y los jóvenes se ponen en huelga pidiendo aumento del salario (ante el escándalo del conservador padre), pero también hay bodas gozosas y fiestas en el pueblo, gente que gusta de cánticos incluso al ir al trabajo.
Con algunos aspectos ingenuos, ¡Qué verde era mi valle! se gana al espectador, admirado de tan sensible y detallista mosaico. El dramático final con el accidente y la explosión en la mina es doloroso, pero incapaz de anular cuanto de vitalista rezuma el film, que convenció a críticos y públicos, reforzando el prestigio de Ford, que ya tenía el Oscar por El delator y Las uvas de la ira, y recogería aquí el tercero. Y es obligado citar que ese año de 1941 la película que comentamos le arrebató al histórico Ciudadano Kane el de mejor película, del joven Orson Welles, admirador confeso del maestro y que siempre contaba que antes de empezar a rodar su ópera prima vio (Orson, siempre tan excesivo) ¡cuarenta veces! La diligencia, para empaparse de su sabiduría.
Pero no pensemos que este Ford de los mineros galeses era ese hombre mayor con el parche en el ojo, que estamos acostumbrados a ver en las fotos. No, cuando rueda su film tiene cuarenta y seis años, y le queda una larga filmografía por delante, en la que es difícil distinguir tantas grandes películas, como Pasión de los fuertes, El hombre tranquilo, o ese dueto maravilloso de Dos cabalgan juntos y El hombre que mató a Liberty Valance, para culminar su carrera con dos títulos memorables como Cheyenne Autumn (El gran combate), en 1964, que parece dedicado a quienes lo acusaban de "mataindios", y finalmente Siete mujeres, en 1965, esta vez mirando a los que decían que en sus películas las mujeres solo tenían papeles secundarios...
(17-03-2024)
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