Dos cabalgan juntos

CRITICALIA CLÁSICOS

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Cuando en 1913 unos pocos chiflados fundaron una productora cerca de Los Ángeles, en un lugar que se llamaría Hollywood, ya andaba entre ellos John Ford.

John Ford es un mito, un hombre nacido y vivido para el cine; en todas las antologías se le nombra, todos citan su La diligencia, es un consagrado. Pero Ford no ha sido nunca una reliquia; no por ser mito es intocable y su obra se defiende, se ataca y se discute apasionadamente.

Su espléndida serenidad formal, su humanismo sencillo, han sido contrarrestados por un enfoque esquemático de las relaciones hombre-mujer, una concepción irracional del heroísmo y de las relaciones militares, que le han conducido a ser tachado de fascista y partidario de una ideología militarista y reaccionaria, en una primera y esquemática lectura. El hombre tranquilo y Fort Apache podrían ilustrarnos en este sentido, sin dejar de ser obras maestras fílmicas.

Pero un artista auténtico no cabe en moldes rígidos. Y esto no es tópico o escapismo acrítico, sino realidad palpable; Ford ha sido y es un artista con una forma de pensar, con un mundo interno y con unas circunstancias concretas. Como todo verdadero artista es cambiante, y como todo hombre es variable.

En este Ford tildado de reaccionario y lineal difícilmente encajaría Un crimen por hora, El gran combate, El hombre que mató a Liberty Valance o Dos cabalgan juntos, por poner algunos ejemplos. Este último film nos ilustra perfectamente sobre cómo un hombre puede reflexionar, meditar y madurar. Porque en definitiva Dos cabalgan juntos es una meditación, una reflexión sarcástica y demoledora sobre unos elementos precisamente tan queridos y frecuentes en Ford, aquí expuestos con tal sencillez y magisterio que casi podría hablarse de un western neorrealista.

El heroísmo, como valor sublime y abstracto, es eliminado aquí por un pragmatismo utilitario y concreto; los hombres no buscan fama sino supervivencia, y a un mundo de ideales perfectos y rotundos, se contraponen los conflictos continuos, cotidianos, pero siempre importantes, de la vida real. Esto queda patente en secuencias tan memorables como la conversación a la orilla del río, con un James Stewart y un Richard Widmark que bordan su trabajo interpretativo.