En el ensombrecido panorama del cine español, los hados parecen serle propicios a Fernando Trueba. A sus veinticinco años, su nombre ha brillado como comentarista cinematográfico en las páginas del semanario “Guía del Ocio” y en el diario “El País”; del mismo modo, ha hecho sus pinitos en el pequeño formato de aficionado por lo que aparece incluido entre los realizadores de la madrileña “escuela de Yucatán” (etiquetas a las que son aficionados los jóvenes directores).
Su persona, tras lo bien que ha empezado a caer su película, es ya motivo literario sobre la que escriben los cronistas serios del cotarro intelectual; su estrabismo, tomado en broma por compañeros, le faculta para una panavisión más auténtica.
Esta Ópera prima evita caer en los tópicos, técnicos y artísticos, en los que incurren los directores novatos; a destacar especialmente en la película el buen uso del cinemascope y el color así como un sonido directo que, contra lo acostumbrado, se oye.
Trueba cuenta las aventuras sentimentales de Matías y Violeta, convertidas ya en uno de los grandes impactos del más reciente cine español. ¿La juventud se ha visto retratada en el film? Sin duda, la historia, además de bien narrada, interesa. Sus personajes, en el lenguaje coloquial de nuestros días, cuentan, con humor, sus problemas cotidianos: amor y sexo, trabajo y amistad.
Una suma de sensaciones válidas que permiten al director establecer los oportunos contrastes entre representantes de la década de los sesenta y la siguiente; aún respondiendo a un tópico se hace verdad el que la película es una comedia que utiliza la realidad. La citada relación entre ambos personajes principales se elabora con unas sutilísimas notas de intelectualismo que se condensa en las más cotidianas situaciones; como si en una coctelera se mezclaran quintaesencias de la "nueva ola" francesa con el mejor de los tonos humorísticos de Woody Allen.
No ha faltado en la película la referencia cinéfila, guiño al espectador avisado, que aporta los nombres del realizador Bergman, del actor Cary Grant, de la secuencia relativa al cine pornográfico. Una utilización del humor que desemboca, sin prejuicios de género, en el amor.
Sin duda, un amplio sector de la juventud española se ha visto, en todo o en parte, identificada con este Matías y esta Violeta, con sus complejos y frustraciones, con sus satisfacciones y modos de entender la compañía, el amor, la libertad, la música.
Resultado aplaudible para su director y para el colectivo que lo ha hecho posible, desde el productor Fernando Colomo a Óscar Ladoire, genio y figura del guión y de la interpretación.
(Este comentario crítico fue publicado en el vespertino sevillano “Nueva Andalucía” el 15 de Mayo de 1980).
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