Profeso una profunda admiración por el actor argentino Federico Luppi. No recuerdo ninguna película interpretada por él, de las que muchas que he visto suyas, en la que no estuviera bien (bueno, sí, "La balsa de piedra", pero eso era porque era una castaña de mucho cuidado, insalvable incluso para el gran Federico). Sus actuaciones en filmes como "Tiempo de revancha", "No habrá más penas ni olvido", "Un lugar en el mundo", "Éxtasis", "Martín (Hache)" y "Lugares comunes", por sólo citar las mejores para mi gusto, son inolvidables. Pero Luppi, a sus sesenta y nueve años, se ha pasado a la dirección, y me temo que el resultado no ha sido óptimo. Este "Pasos" cuya insulsez ya presagia su amorfo título, busca ser una crónica en clave provinciana de la sociedad española de los tiempos del golpe de Estado de Tejero, una sociedad efervescente en la que había de todo, desde gente conservadora que procuraba adaptarse a los nuevos tiempos, aunque le salía el resabio franquista, hasta izquierdistas utópicos que todavía no habían sufrido el baño de realidad que supuso, a partir de 1982, el primer gobierno de Felipe González.
Hay en la "opera prima" de Luppi, como suele ocurrir con los cineastas novatos, un poco de todo: desde la crisis social que supuso en su momento la Ley del Divorcio (curiosamente, ahora reverdecida con la legalización de los matrimonios gays), hasta el desencanto de las hornadas progresistas que se dieron cuenta de que la vida no puede consistir en estar permanentemente detrás de una pancarta, pasando por el lacerante tema de los malos tratos domésticos, tan lamentablemente en boga hoy, pero que es obvio que no es cosa del siglo XXI, sino de todos los tiempos. Todo ello está contado a través de tres parejas de amigos y familiares, unos más de derechas, otros más de izquierdas, con sus buenos momentos y sus enfrentamientos. Pero lo malo es que la historia (por cierto, original de Susana Hornos, la esposa del propio Luppi: no sé por qué me acuerdo de un tal Nepote...) carece de gancho: casi nada de lo que se nos cuenta nos interesa; el debate del divorcio está tan superado que volverlo a plantear a estas alturas resulta irritante; el chantaje del marido argentino sobre su suegro está más visto que el tebeo; las charlas de los tres amigos varones, por un lado, de las mujeres, por otro, o todos juntos, resultan aburrientes... Tampoco la interpretación es precisamente un primor: de hecho, Ana Fernández ha estado mucho mejor en otras películas, y lo mismo cabe decir de Ginés García Millán. Vamos, que Luppi tampoco es un excelso director de actores, a pesar de su indiscutible maestría en la interpretación. Así las cosas, quedan algunos monólogos que suenan a verdad, como el de Alberto Jiménez cuando le espeta a su mujer las razones que le empujan al divorcio, pero poco más. O sea, que nos hemos quedado con las ganas de que la primera película de Luppi como director nos gustara tanto como la inmensa mayoría de sus interpretaciones...
Nota final: ¿sabes, querido visitante de CRITICALIA, cuál de los componentes de esta película cumplió exactamente 45 años el aciago 23 de Febrero de 1981, día del frustrado golpe de Estado de Tejero? Pues un señor de pelo blanco, casi siempre con bigote, de suave acento porteño y que responde al nombre de Federico...
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