CRITICALIA CLÁSICOS
Esta película está disponible en los catálogos de Apple TV y Rakuten.
Para casi todos los artistas realizar una obra supone volcar en ella sus experiencias vitales; para Godard significa vivirlas. Su vida es su cine, entendiendo esto en su aspecto global y literal: rueda varias películas por año, ininterrumpidamente, y sus cintas son el compendio anárquico, confuso pero expresivo de su personalidad. Desde su primer film, À bout de souffle, nos enfrentaremos siempre con estos personajes suicidas, llenos de poesía agónica, objetos fatalistas que recorren un itinerario implacablemente mortal. Sólo en Alphaville (su film menos personal y válido) habrá final feliz. En los demás tendremos siempre ante nosotros a una serie de hombres y mujeres que vivirán sus experiencias hasta su muerte.
Y esto es también la historia de Pierrot, el loco, o Ferdinand, el testigo de un mundo desordenado, violento, terrible. La cinta de Godard es una especie de invitación al suicidio, un testimonio nihilista del desmoronamiento de dos personas, narrado a nosotros con la fuerza de un fanático. Tras una evidente confusión narrativa, una envoltura caótica, existe una coherencia y una validez innegables en el estilo de Jean-Luc Godard. Un estilo que no se queda en el vanguardismo apriorístico, que sobrepasa la simple destrucción de unos moldes cinematográficos superados; Godard ya en Pierrot, el loco es un autor madurado que mezcla en su obra una libertad total con una última e insospechada lógica.
Podremos ver aquí divagaciones literarias sobre Velázquez, diálogos interminables en un coche, escenas de musical entre los protagonistas, un suicidio petardista... el autor da de todo, su gama (o su barraca) pueden ofrecernos cualquier cosa. Pero no es un collage alocado, sino un capítulo más dentro de un mundo personal, y la cinta ensambla directamente con otras obras del autor, acaso sobre todo con À bout de souffle, no sólo en el protagonista y la argumentación, sino también en la presentación de un universo vitalista, en la búsqueda no alcanzada de una justificación existencial.
Con su Vietnam de parodia, su indudable potencia cinematográfica, sus iconos interpretativos Belmondo y Anna Karina, su aire repetido y a un tiempo nuevo del mundo godardiano, Pierrot, el loco nos quedará siempre como una muestra ya lejana, pero desvergonzada y audaz del estilo de un artista al que nunca podremos negarle que tiene tripas, entrañas cinematográficas, a lo largo de toda su larga carrera.
110'