El director de La princesa Mononoke (1997), El viaje de Chihiro (2001) y El castillo ambulante (2004), a sus 68 años, nos regala una fábula infantil con la amistad entre un niño de cinco años y un pececito que quiere convertirse en una niña, con la que vuelve a encantar a los espectadores de todas las edades. Y esto lo hace con el tradicional dibujo en dos dimensiones, que recuerda a las pinturas de acuarelas, realizado con buen gusto estético, sin apenas recurrir al ordenador ni a las actuales 3D.
El guión derrocha poesía, sensibilidad y encanto para narrar la historia de una inquebrantable amistad en un universo mágico, con un relato lineal y casi a la altura de sus anteriores títulos, aunque éste, aún siendo hermoso e imaginativo, nos parece algo inferior. No le falta fantasía y colorido para que guste a los niños y también a los críticos que aprecian mejor su obra, que nada tiene de impostura, sino todo lo contrario, sencillez en lo pequeño y en lo épico, como es el caso de la espectacular tormenta.
En este relato también queda clara la postura de defensa de la naturaleza y destacan valores como la responsabilidad, el optimismo, la amistad, la generosidad, el espíritu de servicio, la gratitud, el amor al prójimo, la alegría y la solidaridad. Tal vez sea la más ingenua de sus películas que va claramente dirigida a la población infantil, por la edad de los personajes principales, pero también a los mayores en el caso de Lisa, la madre, o de las entrañables damas del asilo de ancianos con un punto de hermosa humanidad. La música subraya los momentos más emocionantes con brillantez.