Sylvester Stallone (hasta entonces un mediocre actor secundario que no había destacado precisamente por su talento) escribe un guión en tres días que se convertirá, una vez hecho película, en la más taquillera de 1976, consiguiendo además la muy rentable cifra de tres Oscar (entre ellos los de Mejor Película y Director) de las diez estatuillas a las que estuvo nominado aquel año, premios obviamente desmesurados para una cinta pequeña cuya mejor arma era su sencillez, un mensaje directo y un voluntarismo a ultranza.
Un boxeador de poca monta es contratado como adversario de pacotilla para el campeón mundial. Pero el enemigo de pega pega más de la cuenta, se da cuenta de que está ante la gran oportunidad de su vida y se preparará a conciencia para dejar sin consciencia (perdón por los tres juegos de palabras: no me he podido resistir) a su adversario y no dejar escapar la "chance" que se le ofrece.
Lo mejor es la eficaz realización de John G. Avildsen y el clima de emocionante "crescendo" que se consigue al final del filme. Stallone compone por primera vez un personaje que después repetiría hasta la saciedad, y no sólo en la saga de Rocky. Pero aquí tenía aún la frescura de lo nuevo.
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